La primera democracia del mundo, dicen algunos en Europa, no
puede seguir la senda del populismo dicen algunos en Europa quejándose de las
formas y el discurso de Donald Trump e
incluso de Bernie Sanders.
El nivel de violencia y confrontación de los americanos está
alcanzando niveles excesivos, dicen los que se autoproclaman moderados en
Estados Unidos.
En realidad, ni los unos ni los otros están en lo cierto
aunque tampoco se equivoquen del todo.
Lo cierto es que personajes como Donald Trump, de mejor o
peor gusto, los hay en casi todas las democracias europeas. No encuentro
demasiadas diferencias entre el viejo Jean Marie Le Pen y el magnate
norteamericano. Es un discurso clásico en el que se abrazan el populismo y la
xenophobia pero que en todos los países encuentra correligionarios sobre todo
en un mundo globalizado en el que una clase trabajadora depauperada busca
formas de frenar la bajada de poder adquisitivo que genera la inmigración
cuando el salario mínimo es tan bajo como en los Estados Unidos. Lo raro es que
en España no haya aparecido uno similar.
Aunque parezca radical y excéntrico a algunos, lo que Bernie
Sanders proclama no es otra cosa que construir una versión norteamericana de la
socialdemocracia europea. Podrá decirse que no encaja con la idiosincracia o
los valores norteamericanos pero tampoco debería resultar tan raro que un país
con mayor renta per cápita que Alemania o Suecia no disponga de un seguro
universal o universidad gratuita. Tampoco parece pedir demasiado, aunque
sepamos que las barreras de todo tipo lo hacen utópico.
Es verdad que las descalificaciones personales a lo Donald
Trump, quien hizo burla del físico de Carly Fiorina (otro de los candidatos
republicanos de las primarias) diciendo que quien iba a votarla con esa cara,
son menos habituales en la política americana. Mientras que en España los
navajazos de los que brota la sangre a borbotones abundan, las estocadas en la
sociedad norteamericana son más subterráneas aunque no por ello menos
contundentes.
En todo caso, Donald Trump se ha aprovechado con acierto de
un discurso mediático constreñido por los estándares de lo políticamente
correcto. En una sociedad del espectáculo, muchos echan de menos otro tipo de
voces aunque sean hoscas y desagradables.
En cierto modo, no es sino las misma mala hostia que abunda
tanto en los comentarios de las noticias en los periódicos digitales y en los
chats. Bastantes americanos también sienten esa pulsión. Como en cualquier otra
democracia occidental. Si alguna vez América fue o se sintió excepcional cada
ve lo es menos.
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