Consejos American Psique: Cultura empresarial
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sábado, 18 de octubre de 2014

Un mundo que llega, otro que no se acaba de ir


Asisto a una sesión en la que un alto ejecutivo de una empresa clave en el sector del marketing y la comunicación se dirige a un grupo de universitarios norteamericanos a punto de graduarse. El mensaje es muy claro. Les dice que van a competir por los puestos de trabajo a los que aspiran en Seattle con gente de todo el mundo, especialmente europeos y asiáticos, porque Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades.

Es un modo de motivarles como otro cualquiera pero además es cierto, Seattle es la ciudad norteamericana con la población mejor educada, en la que habita un mayor porcentaje de gente con doctorados, masters y títulos universitarios.

Gran parte de la culpa de la fortaleza de Seattle como líder en innovación la tienen los inmigrantes venidos de todas partes del mundo que trabajan en empresas globales como Microsoft, Amazon o Starbucks que tienen su sede en esta ciudad.

Si uno va por las calles de Seattle, sus centros comerciales, sus restaurantes, oye hablar inglés con muchos acentos y encuentra todo tipo de fisonomías.

Este grupo de estudiantes que escuchaban la arenga eran todos nacidos en Norteamérica y sin acento. No van a buscar trabajos en cadenas de comida rápida, de limpiadores o taxistas. Tampoco les están diciendo que alguien en China con una salario chino vaya a hacer su trabajo sino que en su propia ciudad, alguien nacido muy lejos es posible que compita por el mismo puesto y le supere.

Lejos de lo que cabía esperar su reacción no es negativa, ni antagonista, ni defensiva, ni envidiosa, ni si quiera se les pasa por la cabeza que pueda ser de otra forma si los que llegan reunen los méritos para llevarse salaries de 100.000 o 200.000 dólares al año.

No se plantean otra cosa en un mundo global. Saben que la prosperidad de Seattle en los últimos 30 años tiene mucho que ver con el nivel de apertura, de tolerancia que reina y que hace que la gente de talento quiera vivir allí.

Ni uno solo de ellos habla o piensa que habría que limitar la contratación de extranjeros, como por ejemplo sucede en las ciudades deprimidas del medio oeste, que el progreso sea una cuestión de suma cero, que haya que poner piedrecitas en el camino, implantar sistemas de oposiciones, titulaciones especiales, complicados sistemas de puntuación, requisitos de difícil cumplimiento para los de fuera o complicados trámites burocráticos para que el foráneo pueda poner un negocio, ejercer de ciudadano de pleno derecho o trabajar para el estado o la universidad pública.

La sociedad norteamericana puede tener muchos defectos pero desde luego no el abuso de las excusas si uno no logra lo que espera. A estos estudiantes se les dice que hacer bien el trabajo se da por hecho, que ser buena persona y buen compañero se da por descontado, que hay que inventar, discutir, innovar, hacer las cosas de una forma distinta.

Uno va a estas empresas y hay pizarras y rotuladores por todas partes, los horarios son flexibles, hay gente que estudia un master o un doctorado al tiempo que trabajo. Hay sitios donde la gente puede debatir ideas jugando al ping-pong o al futbolín a cualquier hora del día. Hay menos de apariencia e hipocresía en ello de lo que la gente piensa.

No se por qué, cuando oigo este tipo de discursos, me vienen a la cabeza, quizás por contraste,  expresiones con las que he crecido. Algunas de ellas, a bote pronto, son “hacer oposiciones”, “cantar temas”, “no puedes irte antes de las siete”, “se trata de meter horas”, “de aquí, de toda la vida”, “para toda la vida”, “horario partido”, “dorarle la píldora”, “por lo civil o por lo militar”, “estudias o trabajas” (como si no se pudieran hacer las dos cosas).

Suenan rancias, invitan a la melancolía, sí, pero provienen de un mundo todavía bastante vigente por desgracia.



domingo, 12 de mayo de 2013

Poner las cosas en un papel


Los documentos mastodónticos son propios de las sociedades menos desarrolladas en los que el nivel de confianza entre las personas es bajo y se piensa que por escribir las cosas la ley se hace cumplir. La burocracia no es sino un desesperado y vacuo intento de predecir el futuro, de evitar los imprevistos y a menudo lo que hace es coartar la creatividad.

Aunque las cosas hayan cambiado mucho en estos últimos 30 o 40 años, sigue siendo característico de los gobiernos de los países latinos el despliegue de leyes y de normas prolijas para asegurar la confianza entre los miembros de sus sociedades. Después de todo, seguimos rigiéndonos por el Código Napoleónico que, heredero del Derecho Romano, establece que aquello que no está expresamente permitido está prohibido a diferencia de la Common Law inglesa que establece justamente lo contrario.

Esto es un hecho cuando hablamos de procesos legales o normas de convivencia dictadas por los poderes públicos. No sucede lo mismo, sin embargo, en el mundo de la empresa, por ejemplo. En un gran número de empresas españolas, los procesos no están bien definidos, dependen en muchos casos de las secretarias que vienen a ser la memoria viva de la empresa en el caso de que haya acumulado antigüedad. Los manuales del empleado, las normas, la explicación de los procesos obedece, en muchos casos, a la subjetividad y libre interpretación de los supervisores o a la aplicación de grandes normas, como el Estatuto de los Trabajadores, que en el fondo nadie aplica por razones económicas o de estructuras de poder.

A los americanos, en cambio, les gusta ponerlo todo en un papel y cuanto más detallado mejor. No tanto por una falta de confianza, suelen ser gente que se siente relativamente cómoda con el riesgo, sino porque el elemento subjetivo está devaluado.  La opinión personal, la decisión tomada a última hora sin contrastar no gozan de gran prestigio. No en vano, decir que alguien es “opinionated” (demasiado opinativo) es peyorativo mientras que en nuestra cultura alguien que tiene carácter (lo que aquí se denomina temper, es decir, que pierde los estribos con facilidad) se percibe como un rasgo que puede ser molesto a veces pero en general positivo. Lo que cuenta son los procesos, aquello que no requiere de una deliberación a última hora.

Ponerlo todo en un papel es un gesto típicamente americano al igual que el concepto, tan imitado hoy en día, del case study, de las autobiografías o libros de memorias (relativamente escasos en España), del hazlo tu mismo  o  si no cómpramelo a mí, o de compartir el conocimiento escribiendo una crítica de unas bolsas para el aspirador en Amazon.com (hay una buena cantidad de ellas).

Poner las cosas por escrito, aunque sean obviedades o lugares comunes, es americano. Es una forma de crear o envolver un producto.