Consejos American Psique: cultura laboral
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domingo, 26 de abril de 2015

Dime lo que pagas y te diré lo que cobras


Una conversación típica sobre salarios en España. ¿Y cuanto te pagan? 40.000 euros. No, pero digo al mes. ¿Bruto o neto? Lo que te llevas a casa. Unos 2.500. Si, pero se trabaja un huevo. Diez horas diarias. Ya, pero lo que se es que te metes en el buche 2.500 boniatos todos los meses.

Los españoles despreciamos el tiempo como si fueramos chavales. No solamente por los horarios absurdos o el desfase horario con el meridiano de Greenwich. Parece mentira, pero en un país tan hedonista como éste, en el que a la gente tanto le gusta vivir el presente, a los españoles siempre nos ha preocupado más el sueldo final que cuantas horas hay que meter para lograrlo. Siempre me ha chocado el contraste con la cultura americana en la que se suele poner el énfasis en el salario por hora que cobra uno o como mínimo en el salario bruto y no en el neto. En España parece que aceptamos el meter 9 o 10 horas todos los días y el pago de elevados impuestos como una circunstancia inevitable, tanto como la sequía o las inundaciones.

Lo que importa es lo que te llevas a casa y no tanto el tiempo que se le echa, cuando lo único imposible de estirar en este mundo, a diferencia del dinero mal que bien, son los minutos.

Mientras que en España solamente los economistas hablan de salario por hora trabajada, en Norteamérica lo hace todo el mundo. Es interesante que en los países, como Estados Unidos, en los que sus ciudadanos tienen más fama de vivir para trabajar, se tiene un respeto proverbial por el tiempo de las personas y por pagar a la gente las horas que trabajan. Alguna relación debe existir, digo yo, entre la conciencia del tiempo que uno pasa en el trabajo, la eficiencia y la productividad. Hablar de salarios por hora sirve para poner las cosas en su sitio y evitar el autoengaño.

Se ha dicho durante mucho tiempo que los americanos trabajaban más que en ningún país desarrollado, pero lo que se ha omitido es que ese trabajo extra era remunerado. A la gente le gusta trabajar más, porque gana más. En España trabajar más suele significar simplemente eso, una tarifa plana a partir de cierta hora por la cual el empleado continúa trabajando hasta que completa sus tareas por el mismo salario. Es un gesto puramente defensivo para que no les echen.

Pero a la cultura española del trabajar gratis, se da tanto por hecho que los empleados suelen poner poco empeño en completar sus tareas antes de la hora de salida sabedores de que tienen que quedarse en el curro un tiempo extra para hacer méritos de todas las maneras, se une, quizás como una respuesta revanchista, la de quererlo, no todo, pero si mucho gratis.

Así nadie paga por la música, ni por las películas, ni por leer el periódico, ni por las series, ni por las clases de yoga subvencionadas por el centro cultural del ayuntamiento, ni por el paquete office de Microsoft, ni tampoco demasiado por la universidad por mucho que se diga. No importa que nada sea, en realidad, gratis ni demasiado la calidad de lo que se ofrece siempre que no cueste al menos en un primer momento.

Jode pagar, lo mismo que jode trabajar gratis. Ambos parámetros son indicativos de una concepción determinada del tiempo y del trabajo.

Pero son caras de la misma moneda.

domingo, 1 de abril de 2012

Competitividad

Una gran cantidad de americanos con los que me he encontrado piensa que sus compatriotas son de lo más competitivo. Suena a crítica pero hay un rasgo de orgullo. Siempre me acuerdo de una amiga americana que tenía en España cuyo marido trabajaba en el Banco de Santander que, cuando bromeábamos acerca de la posibilidad de que trabajara para Chase u otro banco top similar en Estados Unidos, no pensaba que su marido daría la talla tan acostumbrado como estaba a la buena vida de, por ejemplo, jugar al golf a media mañana y a los largos almuerzos. Aunque sus intenciones eran buenas, yo creo que pensaba, como un cierto tipo de americano que he conocido, que las empresas españolas como el Santander o Telefónica que han logrado éxito internacional no lo han hecho a base de trabajo y buena gestión sino porque, por razones culturales, sus directivos sabían fumarse en mejor sintonía los puros con los magnates y gobernantes sudamericanos.

Curiosamente la expresión to be competitive no goza, por decirlo de alguna manera, de demasiada buena prensa en muchas facetas de la vida cotidiana. A mi todavía me sorprende el pudor de muchos padres o entrenadores de equipos infantiles que te hacen sentir culpable si confiesas llevar el resultado cuando juega tu hijo, como si fuera algo vulgar y contradijera necesariamente el afán por divertirse. De hecho en las liguillas locales norteamericanas de fútbol de este calibre no se toma nota del resultado. Este reflejo anticompetitivo de los padres que forman parte de la generación X, quizás como reacción al espíritu de sus hippies y posteriormente muy competitivos padres de la generación baby boom, ha llegado incluso al extremo de disociar el mérito del galardón. Da lo mismo si los niños juegan 4, 5 ó 6 partidos y si lo hacen bien o mal, todos ellos acabarán recibiendo un premio o trofeo simplemente por haber jugado un par de partidos. En las escuelas nadie suspende o repite curso, las oportunidades cuando se comete una infracción son múltiples. La eficiencia siempre brotará del refuerzo positivo, de los buenos sentimientos y nunca de la crítica o el correctivo. El odio a la competitividad es tan grande que los entrenadores ni siquiera riñen o critican a los niños cuando no siguen sus órdenes o se relajan demasiado porque no se trata de eso, así es como se entiende que debe ser una infancia feliz.


Cuando uno viene de un país como España en el que abrirse camino profesionalmente es tan complicado, donde parecen que todo está ya pillado y es casi imposible saltarse ciertas barreras sociales, la verdad es que la vida en Estados Unidos causa la impresión de requerir escasa competitividad para que las cosas te vayan medio bien. No puedo evitar pensar que tal o cual persona que aquí ha logrado un nivel profesional o salarial alto en España no se habría comido un colín. No porque no hubieran estado capacitados, sino porque el entorno no se lo habría permitido.

¿Cuando se hacen, entonces, los americanos competitivos? Quizás nunca porque en una mayoría de casos no lo necesitan, si acaso ser competentes. No es más difícil lograr un relativo nivel de éxito profesional en Estados Unidos que en España, si acaso al contrario aunque parece que suene a lo contrario de la meritocracia. En contra de lo que a veces escucho, los americanos no están mejor educados por norma general que un europeo medio, no salen tampoco necesariamente mejor cualificados de lo que constituye el grueso de sus universidades. Si no, no tendrían que importar tantos ingenieros de software de India o China. También ellos se han dormido en los laureles. Por otro lado, a los españoles que he conocido de un cierto nivel educativo les ha ido bien o muy bien en Norteamérica.

La palabra competitividad quizás no sea la adecuada, más bien habría que hablar de ambición o quizás inspiración, de a can do attitude que hace creer a las personas que son dueñas de su destino, que son capaces de llevar a cabo proyectos empresariales o personales y eso incluye endeudarse yendo a la universidad con 45 años para cambiar de profesión o cambiar de estado de residencia porque te han ofrecido un puesto mejor en el que te pagan 10.000 dólares mas al año. Es por eso por lo que el fundador de Tuenti en España ha sido un chico de USC (University of Southern California) sin ningún rasgo muy diferenciador en su currículo (aparte de haber ido a USC, claro). Pero tenía hambre de gloria. Y es por ese espíritu ambicioso, unido a un entorno extremadamente abierto, por lo que Warren Buffet se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo.


Aunque como él dijo con una franqueza que no me sonó demasiado impostada en una conferencia que dio hace una década en Midland Lutheran College ha sido en parte por la suerte de haber nacido en Estados Unidos y no en la India o China. Concretamente dijo: “Los que estáis en esta habitación tenéis suerte. Teníais una posibilidad de 30 de haber nacido en Estados Unidos. En 1930, cuando yo nací, tenía una posibilidad de 50 de haber nacido en Estados Unidos. Y una de 50 de haber nacido hombre. Y tenía un uno por ciento de probabilidad de haber nacido hombre en Estados Unidos.” Un hombre con suerte.