Una conversación típica sobre salarios en España. ¿Y cuanto te pagan?
40.000 euros. No, pero digo al mes. ¿Bruto o neto? Lo que te llevas a casa. Unos 2.500. Si, pero se
trabaja un huevo. Diez horas diarias. Ya, pero lo que se es que te metes en el
buche 2.500 boniatos todos los meses.
Los españoles despreciamos el tiempo como si fueramos
chavales. No solamente por los horarios absurdos o el desfase horario con el
meridiano de Greenwich. Parece mentira, pero en un país tan hedonista como
éste, en el que a la gente tanto le gusta vivir el presente, a los españoles
siempre nos ha preocupado más el sueldo final que cuantas horas hay que meter
para lograrlo. Siempre me ha chocado el contraste con la cultura americana en
la que se suele poner el énfasis en el salario por hora que cobra uno o como
mínimo en el salario bruto y no en el neto. En España parece que aceptamos el
meter 9 o 10 horas todos los días y el pago de elevados impuestos como una
circunstancia inevitable, tanto como la sequía o las inundaciones.
Lo que importa es lo que te llevas a casa y no tanto el
tiempo que se le echa, cuando lo único imposible de estirar en este mundo, a
diferencia del dinero mal que bien, son los minutos.
Mientras que en España solamente los economistas hablan de
salario por hora trabajada, en Norteamérica lo hace todo el mundo. Es
interesante que en los países, como Estados Unidos, en los que sus ciudadanos
tienen más fama de vivir para trabajar, se tiene un respeto proverbial por el tiempo de las personas y por
pagar a la gente las horas que trabajan. Alguna relación debe existir, digo yo,
entre la conciencia del tiempo que uno pasa en el trabajo, la eficiencia y la
productividad. Hablar de salarios por hora sirve para poner las cosas en su
sitio y evitar el autoengaño.
Se ha
dicho durante mucho tiempo que los americanos trabajaban más que en ningún país
desarrollado, pero lo que se ha omitido es que ese trabajo extra era
remunerado. A la gente le gusta trabajar más, porque gana más. En España
trabajar más suele significar simplemente eso, una tarifa plana a partir de
cierta hora por la cual el empleado continúa trabajando hasta que completa sus
tareas por el mismo salario. Es un gesto puramente defensivo para que no les
echen.
Pero a
la cultura española del trabajar gratis, se da tanto por hecho que los
empleados suelen poner poco empeño en completar sus tareas antes de la hora de
salida sabedores de que tienen que quedarse en el curro un tiempo extra para
hacer méritos de todas las maneras, se une, quizás como una respuesta
revanchista, la de quererlo, no todo, pero si mucho gratis.
Así
nadie paga por la música, ni por las películas, ni por leer el periódico, ni
por las series, ni por las clases de yoga subvencionadas por el centro cultural
del ayuntamiento, ni por el paquete office de Microsoft, ni tampoco demasiado
por la universidad por mucho que se diga. No importa que nada sea, en realidad,
gratis ni demasiado la calidad de lo que se ofrece siempre que no cueste al
menos en un primer momento.
Jode
pagar, lo mismo que jode trabajar gratis. Ambos parámetros son indicativos de
una concepción determinada del tiempo y del trabajo.
Pero
son caras de la misma moneda.
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