Interesante artículo sobre el futuro de la educación al que tuve ocasión de aportar mis dos céntimos, como dicen en los Estados Unidos.
La verdad es que, de una manera u otra, bastantes de las cosas que se intuyen ya tienen lugar en bastantes universidades americanas.
http://www.elmundo.es/espana/2014/10/21/54455b9f22601d22738b458e.html
¿Cómo son los americanos? ¿Son tan simples como dicen algunos? ¿Les conocemos tan bien como creemos gracias a las noticias y las películas? ¿En qué se diferencian de los españoles? En American Psique, César García responde a éstas y otras preguntas a través de un análisis pormenorizado de los elementos que conforman la psicología de los habitantes de los Estados Unidos en el siglo XXI.
martes, 21 de octubre de 2014
sábado, 18 de octubre de 2014
Un mundo que llega, otro que no se acaba de ir
Asisto a una sesión en la que un alto ejecutivo de una
empresa clave en el sector del marketing y la comunicación se dirige a un grupo
de universitarios norteamericanos a punto de graduarse. El mensaje es muy
claro. Les dice que van a competir por los puestos de trabajo a los que aspiran
en Seattle con gente de todo el mundo, especialmente europeos y asiáticos,
porque Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades.
Es un modo de motivarles como otro cualquiera pero además es
cierto, Seattle es la ciudad norteamericana con la población mejor educada, en
la que habita un mayor porcentaje de gente con doctorados, masters y títulos
universitarios.
Gran parte de la culpa de la fortaleza de Seattle como líder
en innovación la tienen los inmigrantes venidos de todas partes del mundo que
trabajan en empresas globales como Microsoft, Amazon o Starbucks que tienen su
sede en esta ciudad.
Si uno va por las calles de Seattle, sus centros
comerciales, sus restaurantes, oye hablar inglés con muchos acentos y encuentra
todo tipo de fisonomías.
Este grupo de estudiantes que escuchaban la arenga eran
todos nacidos en Norteamérica y sin acento. No van a buscar trabajos en cadenas
de comida rápida, de limpiadores o taxistas. Tampoco les están diciendo que
alguien en China con una salario chino vaya a hacer su trabajo sino que en su
propia ciudad, alguien nacido muy lejos es posible que compita por el mismo
puesto y le supere.
Lejos de lo que cabía esperar su reacción no es negativa, ni
antagonista, ni defensiva, ni envidiosa, ni si quiera se les pasa por la cabeza
que pueda ser de otra forma si los que llegan reunen los méritos para llevarse
salaries de 100.000 o 200.000 dólares al año.
No se plantean otra cosa en un mundo global. Saben que la
prosperidad de Seattle en los últimos 30 años tiene mucho que ver con el nivel
de apertura, de tolerancia que reina y que hace que la gente de talento quiera
vivir allí.
Ni uno solo de ellos habla o piensa que habría que limitar
la contratación de extranjeros, como por ejemplo sucede en las ciudades
deprimidas del medio oeste, que el progreso sea una cuestión de suma cero, que
haya que poner piedrecitas en el camino, implantar sistemas de oposiciones,
titulaciones especiales, complicados sistemas de puntuación, requisitos de
difícil cumplimiento para los de fuera o complicados trámites burocráticos para
que el foráneo pueda poner un negocio, ejercer de ciudadano de pleno derecho o
trabajar para el estado o la universidad pública.
La sociedad norteamericana puede tener muchos defectos pero
desde luego no el abuso de las excusas si uno no logra lo que espera. A estos
estudiantes se les dice que hacer bien el trabajo se da por hecho, que ser
buena persona y buen compañero se da por descontado, que hay que inventar,
discutir, innovar, hacer las cosas de una forma distinta.
Uno va a estas empresas y hay pizarras y rotuladores por
todas partes, los horarios son flexibles, hay gente que estudia un master o un
doctorado al tiempo que trabajo. Hay sitios donde la gente puede debatir ideas
jugando al ping-pong o al futbolín a cualquier hora del día. Hay menos de
apariencia e hipocresía en ello de lo que la gente piensa.
No se por qué, cuando oigo este tipo de discursos, me vienen
a la cabeza, quizás por contraste, expresiones con las que he crecido. Algunas de
ellas, a bote pronto, son “hacer oposiciones”, “cantar temas”, “no puedes irte
antes de las siete”, “se trata de meter horas”, “de aquí, de toda la vida”,
“para toda la vida”, “horario partido”, “dorarle la píldora”, “por lo civil o
por lo militar”, “estudias o trabajas” (como si no se pudieran hacer las dos
cosas).
Suenan rancias, invitan a la melancolía, sí, pero provienen
de un mundo todavía bastante vigente por desgracia.
viernes, 10 de octubre de 2014
Good job!
Esta es la expresión que más se oye en las competiciones
deportivas infantiles a lo largo y ancho de Norteamérica. Especialmente los
sábados por la mañana que es cuando el fútbol se convierte en el centro de la
vida.
El good job que
literalmente significa buen trabajo puede
oirse unas 150 o 200 veces por partido, partidos que suelen durar alrededor de
los 50 minutos. Lo dice el padre, la madre, los abuelos y los entrenadores, por
supuesto, ya que si no serían seriamente cuestionados.
Da lo mismo que el niño o la niña no acierte a pegar a la
pelota, la de para atrás, la mande a tomar vientos de un patadón o al portero
se le escurra entre las manos. Es la intención, el derroche de energía, aunque
sea mínimo, lo que cuenta.
Pero nadie se engaña, incluso los niños saben que se trata de
una representación colectiva.
Los chavales parecen futbolistas con sus trajes pagados por
patrocinadores, sus botas de fútbol reglamentarias, sus espinilleras aunque los
partidos sean de guante blanco, su cantimplora de agua en las rotaciones y sus
barritas energéticas durante o después de los partidos. Muchos de ellos
recibirán una medalla o un trofeo cuando termine la competición.
Los padres no pierden la ocasión de mostrar públicamente el
amor que sienten por sus hijos a los que animan, toman fotos y filman las
evoluciones sin tregua.
Es la cultura del refuerzo positivo, de la autoestima en la
que el orgullo personal no se basa tanto en el aprecio del mérito como en la
generación de autoconfianza. A los niños se les enseña que uno es especial si
se siente especial y le hacen sentir especial, no necesariamente porque haga
cosas especiales. Y este movimiento, yo diría mundial, a juzgar por las cosas
que veo cuando voy a España ha tenido su matriz en Estados Unidos, para que
luego digan que el imperio americano está declinando en cuanto a ideas.
Estados Unidos no ha dejado de ser el país más meritocrático
del mundo. Sin embargo, hoy día esta meritocracia se combina con una cultura
paralela que sugiere que el mérito más importante de todos, el que le puede
hacer a uno la vida más fácil cuando se haga mayor, es sentir que lo que hace tiene mérito, es importante
aunque no lo sea. Es el mérito que tiene sentirse meritorio, especial, sabiendo
prescindir convenientemente de la sustancia, algo que no está al alcance de
todos ya que en cualquier momento nos da un bajón y empezamos a vernos como lo
que somos, seres normales.
En este nuevo mundo, contar los goles a favor o en contra, ganar
al contrario, está proscrito a pesar de que los padres compiten entre ellos a
todas horas por demostrar a los otros que sus hijos viven las mejores
experiencias, van al mejor colegio, tienen las mejores vacaciones y llevan las
mejores mochilas.
Si yo fuera un niño estaría confuso. Demasiados mensajes
mezclados.
A veces pienso que los padres estarían mucho major quietos y
callados.
Etiquetas:
cultura deportiva,
educación,
meritocracia,
niños,
padres,
sociedad
jueves, 2 de octubre de 2014
Poner notas a los profesores
Hace poco hablaba con un profesor español que da clases en
una universidad francesa. Le parecía ridículo que en las universidades
norteamericanas los alumnos rellenaran cuestionarios al final de cada curso
para evaluar a los profesores. En Francia no se le da ningún crédito a esta forma de medir la
calidad del profesorado.
Cuando me reúno con colegas españoles la actitud es la
misma. Se que en Italia y Portugal se ven las cosas parecidas. Los profesores
pueden estar años soltando el mismo rollo de la misma manera sin rendir cuentas
a nadie. Lo contrario, arguyen, es fomentar el lameculismo de los profesores a
alumnos y rebajar los estándares. Se quedan tan a gusto.
En España es muy típico eso de que si hay dudas acerca de
como se pueden medir los fenómenos o de si son contraproducentes es mejor no
hacer nada al respecto. Un país mediterráneo más, se dice.
En buena parte del mundo es todo lo contrario. Se entiende
que tener una buena universidad depende de tener buenos docentes y que está
bien evaluarlos de vez en cuando. Algo que parece lógico. Sin renunciar a la
duda como método, las formas de evaluación del profesorado se someten a revisión continuamente, se renuevan, se cambian, se perfeccionan y, al final,
hay una relativa insatisfacción y reconocimiento de que no hay una forma
perfecta de hacerlo. Pero ni se les pasa por la cabeza, dejar de intentarlo o buscar
otros métodos que den mejor resultado.
En las universidades norteamericanas se llega al extremo de
que las que las evaluaciones de los alumnos suele ser la principal vara de
medir utilizada por los distintos comités de departamento (junto a las
publicaciones) y facultad a la hora de determinar si un profesor merece ser
promocionado o no. Suelen revisarse cada uno o dos años dependiendo del centro.
Viene al caso debido a la publicación de un estudio de la Universidad de California en Berkeley titulado “Una evaluación de las evaluaciones de los cursos” que pone a caldo el sistema de que los alumnos evalúen a los
profesores debido principalmente a que son muy pocos los que contestan y suelen
ser los que aman o detestan al profesor y no la, digamos, clase media del
alumnado.
Hay otros motivos que no cita el artículo como el hecho de
que la importancia de este instrumento de medición provoca que los profesores
inflen las notas de los alumnos para protegerse, rebajen los estándares o cultiven amistades extracadémicas con los estudiantes. Otras críticas que se arguyen son que favorece a los que
enseñan cierto tipo de clases o tienen una personalidad atractiva que a veces
no tiene que ver con el conocimiento de la materia.
Pellizzari y su equipo realizaron un experimento en
la escuela de negocios Bocconi de Milan haciendo un seguimiento de las notas
de los estudiantes que estudiaban con los “mejores” profesores según las
evaluaciones de los alumnos.
Lo que descubrieron fue que cuanto mejor parecían los
profesores a ojos de los alumnos, peores notas sacaban esos mismos alumnos en
las clases que tomaban posteriormente.
También hay bastantes estudios serios como el de Beleche y su equipo que demuestran que si hay una correlación entre buenas
evaluaciones y aprendizaje del alumno. Podríamos pasarnos horas citando
estudios.
En todo caso, un denominador común de los mismos es aconsejar
que se utilicen otros métodos como la evaluación realizada por otros colegas o
la revisión de materiales de clase por comités.
Ninguno de estos métodos es infalible pero, sin lugar al
duda, el peor método es no aplicar ninguno y conformarnos con lo que hay como
sucede en la mayoría de las universidades públicas de España.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)