En numerosas ocasiones se han señalado los paralelismos históricos entre el pueblo norteamericano y el pueblo judío. Fundamentalmente en ambos ha latido históricamente la noción de ser pueblos elegidos y de alguna manera a salvo del destino del resto del mundo pero también otro rasgo definitorio: el respeto religioso por las reglas, el seguimiento a pies juntillas de lo que se considera legal o lo que marca esa misma tradición. Me sigue admirando la forma en que los políticos y los ciudadanos hacen referencia y acatan la constitución americana como si se tratara de un texto divino. Dos siglos después de haber sido creada, no he escuchado a ni un sola personalidad pública cuestionar los actos y los pensamientos de los padres fundadores, es decir, el grupo de hombres que redactó la constitución de los Estados Unidos. Es el equivalente americano a la infalibilidad papal.
Pero la cultura de seguimiento de las reglas a rajatabla impregna el resto de niveles sociales hasta extremos que pueden ser irritantes o disfuncionales para el extranjero. Por ejemplo, las transacciones bancarias pueden ser difíciles de ejecutar en la distancia a través del teléfono o enviando un correo electrónico ya que sólo hay un criterio que se antepone a la confianza y es el seguimiento escrupuloso de lo que dictan las normas. Es lo mismo que cuando vas al supermercado y te piden la identificación que acredite que superes los 21 años aunque la calva o los rasgos faciales lo demuestren sobradamente. Lo mismo pasa en los controles aeroportuarios cuando incluso a los niños de menos de cinco años se les cachea como si se trataran de delincuentes potenciales.
A los españoles nos intimida vérnoslas con las instituciones norteamericanas. Tenemos siempre la impresión de que van a descubrir alguna mancha oscura en nuestro pasado o de que van a ser inmisericordes con cualquier dato no fehaciente o que no puede ser acreditado convenientemente aunque la evidencia sea la contraria. Hace un par de semanas pase una noche casi sin dormir pendiente de que a mi hija le renovaran el pasaporte a tres días de tener que viajar hacia España. Tenía la convicción de que el funcionario correspondiente no tendría piedad si nos faltaba algún papel o el trámite de recogida se dilataba lo suficientemente como para no ser anterior a la salida de los vuelos y perderíamos los cinco mil dólares que nos habían costado. En mi fuero interno, me consta que nunca se hacen excepciones aunque lo dicte el sentido común.
Sin embargo, transgredir las normas, relativizarlas debido a los criterios situacionales o de conveniencia, es una de las cosas que peor llevan o menos entienden los americanos que viven en España. Pagar esto en A y lo otro en B, no declarar a hacienda todos los bienes, mentir para que tu hijo pueda ir a este colegio y no al otro o para recibir tal ayuda del gobierno, les crea estrés, un remordimiento de que están haciendo algo malo que a nosotros os cuesta entender y nos parecen preocupaciones absurdas. El relativismo y la laxitud moral mediterránea frente a la probidad moral de los norteamericanos. Lo que a unos nos crea confianza a los otros les infunde inseguridad y viceversa. Resulta difícil elegir, la verdad.
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