Es verdad que superficialmente, atendiendo al número de cadenas de televisión dedicadas a retransmitir eventos deportivos no parece que fuera así. Los paquetes de cable convencionales de la televisión americana contienen una media de 15 canales dedicados al deporte amen de un número infinito e indeterminado en la modalidad pay per view. Sin embargo, en América el deporte profesional se ve, por supuesto, pero en realidad se habla poco de él o está lejos de considerarse un sentimiento, de generar afectos u odios o de constituir un modo de vida. No hay prensa deportiva, los telediarios apenas hablan de deporte si no es a título testimonial, los programas deportivos de radio no tienen ni la milésima parte de influencia que en España y las tertulias son inexistentes. Hablar de deportes apenas se limita al previo o al post de las retransmisiones o quizás a determinados blogs y chats.
El verdadero aficionado es capaz de llorar, reír, odiar, amar y pintarse la cara por su equipo y no digamos por la selección. Entiende el deporte como la única guerra que puede permitirse siendo persona, una sublimación de la belicosidad en la era del pacifismo a ultranza. El aficionado cambiará de esposa, de casa, de trabajo o se hará budista o ateo con muchísima más facilidad que de equipo de fútbol, lo único que es para siempre. El fan americano, en cambio, cambia con la misma facilidad de equipo o de interés deportivo que de ciudad o de esposa. No hace distinciones.
El fan se nos antoja insincero, el aficionado auténtico. El fan es carente de sustancia, el aficionado lleno de carácter. El aficionado es español y europeo, el fan es americano. El aficionado son los tiffosi, los hooligans, los hinchas, el fan no encuentra, en cambio, correlato verbal. El aficionado es puro, local, el fan es una mezcla, un sucedáneo, un subproducto. El aficionado es infantil e inmaduro, el fan sabe a que se esta de verdad jugando. Los aficionados hombres de letras europeos y sudamericanos tratan de intelectualizar los sentimientos que provoca el deporte, mientras que los hombres de letras norteamericanos (una expresión que en América hace mucho tiempo que dejo de emplearse) los ignoran. Los aficionados somos estúpidos y lo sabemos, los fans son sabios pero no se han dado cuenta.
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