Conozco todavía gente que, con mayor o menor disimulo, no aguanta lo americano o que hablen bien de ello. Algunos no probarán una hamburguesa en su vida o dirán no haberlo hecho o que si lo hicieron no les gustó; otros siguen evitando las superproducciones hollywoodienses como la peste y prefieren las películas europeas, del resto del mundo o incluso españolas; una abrumadora mayoría piensa que el modelo americano es decadente e injusto y que la historia del país no se diferencia de los imperios más despóticos. Incluso hay quien todavía afirma que América es un solar en cuanto a cultura se refiere y sus ciudades solo proporcionan satisfacción a quien va en busca de gangas.
Pero todos ellos beben o han bebido Coca-Cola cuando les ha apetecido sin experimentar una mayor dosis de rencor. ¿Hay algo más americano en su concepción que la Coca-Cola? Puede ser, pero este icono del siglo XX reúne una buena cantidad de atributos que hoy día resultan anacrónicos: producto químico a más no poder que no trata de disimularlo, enemigo de una dieta sana gracias a ese 10 por ciento azucarado imposible de eliminar para que el producto no pierda sus características esenciales, producido por la multinacional por antonomasia que sigue gastando inmensas cantidades en publicidad a contracorriente de los tiempos, asociado a una imagen inequívocamente familiar de un pasado que no volverá e incluso vinculado al mantenimiento de un estatus quo como mínimo injusto.
Claro, la Coca-Cola, como la Pepsi, Dr. Pepper y todas las sodas (bebidas gaseosas en el argot americano) han entrado en crisis. Su consumo decrece lenta pero imparablemente. Otras bebidas como el café, el té o el agua rivalizan con los refrescos en atractivo, pero la decadencia de uno de los símbolos norteamericanos, dicen que más conocido que Jesucristo en todo el planeta, es indiscutible.
Apple, Google, Microsoft, Starbucks o Amazon son los nuevos símbolos de América. En muchos sentidos siguen representando sus valores, pero casi nadie, excepto algunos personajes perfectamente etiquetados en sus sociedades como dinosaurios, les critica como emblemas del imperio. Por alguna razón, ni estas organizaciones ni sus productos y servicios resultan tan molestos, tan americanos como en el pasado. Se las toma por organizaciones globales, multiculturales y fuentes de progreso en su sentido más amplio.
Son la antesala de la América que viene, una extraña mezcolanza de defensa del orden establecido, creatividad y activismo.
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