En comparación con el resto de habitantes del planeta, a los americanos les gusta pensar de si mismos que están mimados. Es difícil saber si hay más de arrogancia o de autocrítica en este pensamiento. Por un lado se ven como perpetuos adolescentes insatisfechos con el mundo que les ha tocado vivir a pesar de (según también ellos) ser el mejor de los posibles. Por otro, se sienten elegidos por haber nacido en el país de la libertad, la democracia, la sociedad del espectáculo y el producto interior bruto.
Para mí que hay más de arrogancia, acaso de una arrogancia humilde, muchas veces incluso bienintencionada. Una arrogancia, eso sí, consciente de la estulticia del que se siente elegido por vivir en casas más grandes, conducir 4 x 4, jugar al golf en campos sin baches, comprar calzoncillos y bragas de Calvin Klein a precio de ganga, acariciar al menos la posibilidad de estudiar en una universidad de renombre, ver los estrenos de Hollywood un par de meses antes o disponer de un pedazo de pasto donde emplear el tiempo libre.
Los europeos, y entre ellos quizás más los mediterráneos, tratamos de contragolpear pensando que cómo puede considerarse mimada gente que no termina de descubrir las bondades del aceite de oliva, que desprecia el producto fresco, que no sabe lo que es ir a un cine que no esté ubicado en un parking o tomarse una ración de bravas en la terraza de una plazita. Gente para la cual las vacaciones consisten en irse una semana de camping y que, según los últimos estudios, no tiene mas de dos amigos de verdad (eran tres en los años 60).
Es curioso, pero a muchos americanos no se les pasa por la cabeza que simplemente poder trabajar, un proyecto profesional e independencia vital tenga remotamente que ver con estar mimado.
Gente rara en el fondo.
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