Aunque
el concepto no es ni mucho menos nuevo, los community
gardens se han puesto de moda en los Estados Unidos. No son otra cosa sino
huertos emplazados en muchos casos en los cascos urbanos de las ciudades
pertenecientes al ayuntamiento correspondiente que alquila su utilización como
campo de cultivo a un grupo de ciudadanos por un módico precio. Según Wikipedia
también se dan en España pero hasta llegar aquí nunca los había visto ni oído hablar
de ellos donde se están poniendo cada vez más de moda.
El
concepto se adapta a la perfección a la mentalidad del americano por varias razones. La primera es que el
americano se siente inherentemente cómodo desempeñando trabajos manuales que
tengan que ver con la jardinería o la mecánica y que quizás no han sufrido el
desprestigio que tienen en las sociedades latinas. Por otro lado, el país por
antonomasia de la comida rápida ha fetichizado hasta lo inimaginable cualquier
alimento que lleve el marchamo de orgánico o producido de acuerdo a las normas
de la naturaleza aunque unos principios dietéticos razonables sólo hayan sido
adoptados por relativas minorías. El concepto se adapta también al colectivismo
entendido a la americana, es decir, a la idea de forjar una comunidad de
personas que comparten emplazamiento y un fin determinado ya sea cultivar
alimentos, ayudar a los pobres o educar al que lo necesita.
No
hay que llevarse a engaño. El concepto de comunidad norteamericano, pese a lo
que su propio nombre indica, difiere considerablemente del español. No exige
amistad, una afinidad de intereses personales o compartir tu tiempo en la
esfera privada. Se ciñe a organizar actividades juntos que aumenten el capital
social de una población o conjunto de personas, es decir, que contribuyan a la
igualdad de oportunidades. Vivir en comunidad no equivale a ser “amigos” o
tener conversaciones profundas acerca de los libros que uno lee, las películas
que ve o simplemente sobre la vida. Eso uno lo reserva, si acaso, para su
familia o uno de los dos amigos íntimos que por término tiene el americano para
el que la soledad destila un aroma de masculinidad.
Me
sorprendió leer en un artículo de la prensa local que una de las buenas cosas
que tienen los community gardens es
que estimulan la conversación, un bien intangible valorado pero no
necesariamente practicado en esta cultura. La conversación, como todos sabemos,
no exige de grandes infraestructuras para su desarrollo. Si acaso, de la
voluntad de llevarla a cabo. Me pareció un ejemplo de cómo para la mentalidad
americana el órgano y la función van de la mano. Igual que para jugar una
pachanga al fútbol se hace imprescindible poner espinilleras a un niño de 4
años, para incitar a la charla o a la conversación no es suficiente la voluntad
de hacerlo sino que es necesario disponer al menos de un acre de terreno y
utillaje variado.
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