La leyenda de que América no es país para viejos
está extendida desde hace mucho tiempo antes de que los Coen hicieran su
película. Los propios americanos están convencidos de ello (los estereotipos
siempre los cimentan los habitantes de los propios países), de que Estados
Unidos es un país en el que los mayores viven segregados en comunidades de
jubilados, llevan vidas solitarias y pocos les escuchan. También es cierto que
al mismo tiempo piensan que no hay otro lugar como su país para ser joven y
sacarle el meollo a la vida gracias a la fuerza de su cultura popular, y a las
oportunidades que ofrece su economía y el mercado de trabajo para aquellos mas
educados.
Nosotros nos consolamos pensando que España es un
buen país para los mayores gracias a nuestro sistema de salud, el clima, la
sociabilidad y la relativa fuerza de la que todavía goza la familia. En
realidad, esa idea puede que tenga que ver con que en España pensamos que somos
jóvenes durante más tiempo. Y no me refiero a que en España la esperanza de
vida sea cuatro años mayor que en Estados Unidos. El otro día me entere de que
para el ahora llamado Ministerio de Economía y Competitividad, el encargado de
otorgar las becas de investigación, un joven investigador es aquel con menos de
40 años.
Mucho me temo que al redactar el pliego de los
criterios de concesión de las cada vez más escasas e improbables becas los
funcionarios de turno no estaban pensando en los 40 como The new thirties según les gusta a los
americanos actuales denominar a esa fase de la vida con el optimismo que
siempre les caracteriza.
En realidad la decisión de los miembros del
ministerio de alargar la juventud al ecuador de la vida media se debe más bien
a que en España nos gusta identificar una vida precaria con ser joven. Para los
funcionarios del ministerio cobrar bajos salarios, saber que tu futuro pende de
un hilo, que no vas a poder comprarte una casa o sacar adelante una familia son
factores que le hacen sentirse a uno joven. En España estar jodido a uno le
hace sentirse joven porque siempre parece que lo mejor está por llegar.
En cambio en América, lugar en el que la palabra
muerte esta proscrita casi incluso en las iglesias, ser joven no suele depender de la edad biológica. Al americano le
gusta pensar que uno es joven mientras tiene proyectos o al menos perspectivas
de hacer algo. Para el americano hay profundamente excéntrico en el dolce far niente, en tomarse un mes de vacaciones para no hacer nada, en irse de
viaje sin el ordenador, no digamos en decir que eres un ni-ni aunque lo seas.
A los 40 años se espera de uno que haya tenido
varios fracasos profesionales para después ser contratado por una start-up, que se haya divorciado al
menos una vez, que se haya mudado de iglesia o esté pensando en hacerlo de
nuevo, que se haya cambiado de ciudad al menos 3 o 4 veces y que haya perdido y
vuelto a ganar algún dinero en el mercado de valores.
Los mayores siguen siendo jóvenes cuando señoras de
75 años te ofrecen muestras de comida en los supermercados para complementar
sus pensiones, colaboran en un banco de comida para inmigrantes o huyen del
frio marchándose durante 4 meses a Arizona en tu motor home.
Si en España ser joven es fundamentalmente esperar,
en América es hacer aunque lo de menos sea lo que uno haga.
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