Hace poco charlaba con un conocido músico español después de un concierto. Tomando
una copa de vino, me preguntaba con inters (aunque el es un communicator excelente) por qué los americanos eran tan
buenos hablando y presentándose en público. Por supuesto, les dije que era
porque la educación les prepara para ello desde la más tierna infancia,
exponiéndoles a performances de
diverso tipo en clase y fuera de la clase.
Imitaciones, actuaciones, obras de teatro, conciertos de navidad y un
sinfín de momentos en que hay que dar la cara. En la universidad los cursos de public speaking son obligatorios en
muchos grados. Pero, sobre todo, si uno no quiere verse condenado al
ostracismo, a un cierto nivel de marginalidad, tiene que saber hacerlo o al
menos intentarlo. Resultado: que un elevado número de norteamericanos son
buenos story-tellers, saben contarte
una historia independientemente de su nivel de conocimiento y preparación. Por
supuesto, ayudan muchas otras cosas como que el optimismo es la norma y que el
sistema educativo está concebido no tanto para adquirir conocimientos como
confianza.
Por ejemplo, a uno siempre le sorprenden lo indulgentes que los americanos
son con el conocimiento de lenguas extranjeras. Aunque apenas conozcan los
rudimentos de un idioma, muchos creen que eso equivale a hablarlo un poquito.
Si son capaces de entender unas cuantas frases e hilar mínimamente una
conversación, hay bastantes que dicen que hablan ese idioma de forma fluida.
Exceso de confianza o quizás que un país en el que el unilinguismo es la
norma incluso entre las élites intelectuales y hasta cierto punto se sigue
considerando un rasgo positivo, un conocimiento rudimentario de otra lengua se
considera una conquista.
Pero a lo que iba, los norteamericanos no se avergüenzan de que la forma
sea la sustancia. Algo que tienen muy claro en los procesos de selección, a la
hora de determinar quien deber ser el líder de lo que sea. En cierto sentido,
aunque es cierto que es una sociedad mucho más intransigente con la mentira y
menos cínica que las europeas (sirva como botón de muestra el caso Volkswagen)
lo que se dice o como se dicen las cosas tiene igual o más importancia que la
realidad objetiva. Crear un paquete y colocarle un lacito a una minucia o poner en un papel
cosas que a los europeos les resultarían obvias forman parte del ethos norteamericano.
Los europeos se ríen de ello, lo consideran un rasgo de superficialidad, de
inautenticidad e incluso de falta de inteligencia.
Sin embargo, secretamente les envidian y matarían por saber presentarse
como lo hacen ellos.
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