Se oye y lee mucho en España
esa frase de “el nacionalismo se cura viajando”, “ese no ha salido de su pueblo”,
“tiene la barretina calada hasta las cejas y les obstruye las ideas” y cosas
parecidas.
Suele utilizarse cuando se
quiere poner en su sitio a los nacionalistas periféricos que creen que las
pequeñas cosas hacen grandes diferencias y se sienten, en el fondo y a menudo
en la forma, mejores, superiores.
No estaría mal que el
nacionalismo o chovinismo se curara yendo a veranear a Almería o al Valle del
Jerte pero todos sabemos que no es así. En
muchos casos, la gente utiliza sus viajes o acceso a otras realidades para
ensalzar las diferencias, sentirse a gusto consigo mismos.
En las universidades
estadounidenses ha ganado terreno con fuerza en estos últimos años la
importancia de viajar a países extranjeros como parte de la experiencia
universitaria. Hay incluso programas que hacen obligatorio tener una
experiencia en otros países para poder graduarse.
No seré yo el que lleve la
contraria en este terreno ya que uno de los puntos débiles de los americanos es
su tendencia a verse como miembros del ecosistema por excelencia, lo cual les
exime en buena parte de aprender lenguas extranjeras, ver películas de otras
cinematografías o traducir otras literaturas.
El problema que he observado
es que estas experiencias “overseas” con frecuencia acaban en degenerando en un
sentimiento de condescendencia. Vale, tu país es un desastre, no funcionan las
infraestructuras, la gente no tiene dinero y las casas son pequeñas y contrahechas.
Sin embargo, la gente es estupenda, no como esos paisanos míos egoístas y
materialistas. “Es la gente, estúpido” como viene a decirnos la autora de este reciente artículo publicado en The Atlantic Monthly que con planteamientos similares uno leer en muchos periódicos de las universidades.
Ese es en buena medida el
resumen de muchos americanos que me he encontrado acerca de sus experiencias en
Colombia, Nicaragua, El Salvador, China o Egipto. Cuando van a Europa es un
poco distinto ya que, como dice Vicente Verdú, el viejo continente les parece
una especie de tercer mundo elegante. Pero solo hasta cierto punto.
Tienen claro una cosa, a
eficiencia y en organización no les gana nadie. Literalmente no les entra en la
cabeza. Muy escasas veces se escucha en conversaciones o forums debatir o
intentar copiar como sus mayores problemas se han resuelto en otras latitudes.
Superándoles en eficacia e incluso en productividad.
La superación de estas cuestiones significa, en
bastantes casos, que en unos cuantos lugares del mundo la gente vive con mayor
tranquilidad, seguridad y calidad de vida aunque tengan casas más pequeñas. Pongamos
que hablo del sistema de salud, el control de las armas, el cuidado de la
cadena alimentaria que en América deja bastante que desear o el paupérrimo
nivel educativo del americano media. Pilares todos ellos
de lo que constituye tener una buena vida y que algo tienen que ver con la eficacia.
Y de eso, incluso los americanos educados y viajados jamás hablan.
Una cosa parecida me pasa en el Reino Unido. No son capaces del mínimo de autocrítica para nada, y en cambio bien se fijan en los males ajenos del resto de países europeos, especialmente del sur.
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