Consejos American Psique: jóvenes
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jueves, 2 de junio de 2016

Vivir con los padres también en América

Hace una semana Pew Research Center anunciaba los resultados de un estudio según el cual por primera vez en la historia vivir con los padres era la situación más común de los jóvenes americanos de entre 18 y 34 años. El diecinueve por ciento de los más mayores, aquellos que se encuentran entre los 25 y 34 años, también viviría con sus progenitores.
  
Es la proporción más alta de jóvenes que viven en esta situación desde que se tiene noticia. Concretamente, un tercio de todos ellos, lo que supone una proporción mayor que los que viven con sus esposas o parejas.  

¿Qué está pasando?  Hay preocupación. Cuando la gente vive en su casa no se compra o alquila otras casas. No necesita neveras, sofás o máquinas cortadoras de césped.

Los precios de las casas están volviendo a subir no tanto porque haya demasiada demanda como porque hay muy poca oferta y no se han construido casas nuevas.

Todo ello sucede en un ambiente de cierto bienestar económico con una tasa de desempleo inferior al 5 por ciento.

Nadie tiene una respuesta concluyente a lo que está pasando pero esta no pasa por decir que la sociedad americana se esté italianizando o españolizando. De hecho, las familias norteamericanas no son precisamente un ejemplo de solidez. No,  el deseo de independencia y autonomía de los jóvenes en Norteamérica es intenso ya que son educados para sentirse los capitanes de su propio barco.

Hay varias hipótesis. La gente se casa más tarde y los solteros actuales prefieren estar en casa por una cuestión de comodidad, eso que tanta gracia nos hace de “la mesa puesta” a que se refiere Jose Mota en su programa.

Se publica mucha literatura estos días acerca de la cultural del “hook up” de los millennial Americanos acostumbrados a relaciones sexuales puntuales sin demasiado componente afectivo. Hay incluso libros que hablan de que el concepto de tener novio o novia está obsoleto entre los miembros de una cierta generación.

Tampoco puede dejarse de lado que la vida se ha encarecido extraordinariamente en las grandes áreas metropolitanas donde los alquileres no bajan de los 2.000 dólares por un apartamento pequeño mientras que los salarios de entrada para muchos recién graduados son de 30.000 al año antes de impuestos. Otros muchos tienen préstamos universitarios que pagar de 50 o 60 mil dólares o están trabajando en prácticas  sin percibir salario o por 10 dólares la hora.

En suma, que vivir con los padres hasta edades avanzadas empieza a ser en Estados Unidos también un asunto de clase como tantos otros del que se encuentran a salvo aquellos que viven en los super ZIP, esos códigos postales concentrados mayormente en las costas en los que vive la clase media-alta o muy alta y en los que viven mucho de los jóvenes que acuden a las universidades de élite.

Y todo ello sucede, se ponga Trump como se ponga, en uno de los momentos en que la hegemonía corporativa y cultural de Estados Unidos es mayor.

América sigue siendo grande pero hay cosas en las que empieza a parecerse a los países considerados pequeños.


domingo, 16 de noviembre de 2014

Los jóvenes españoles necesitan mentores


Al contrario de lo que piensan algunos extranjeros que me he encontrado, los jóvenes españoles no se van de España porque vivan mal, porque sus condiciones materiales sean indignas o deshonrosas. No sueñan, como otros que he visto, con supermercados llenos de cosas, con que sus hijos vayan al colegio o tengan un seguro de salud. Ni siquiera con dinero para salir el fin de semana e incluso para hacerse un viajecillo en Ryanair. Todo eso muchos lo siguen teniendo incluso en circunstancias difíciles.
Conozco profesores de universidades americanas que viajan a Madrid pensando que se van a encontrar legiones de jóvenes tapados con cartones durmiendo en las bocas de metro, multitudes de personas pidiendo en la calle y autobuses destartalados circulando por las calles. El mundo de las percepciones es, sin embargo, tozudo. Cuando vuelven, a pesar de que la realidad es la que es, describen más mendigos y gente sin hogar rastreando en las papeleras de los que sin duda vieron. Encontraron lo que buscaron.
Ese no es el problema español, aunque la idea de mendicidad esté profundamente arraigada desde tiempos inmemoriales. Los jóvenes españoles pueden ser un poco pasivos, y se que generalizo profundamente (yo fui uno de ellos), almidonados, ingenuos a veces, pero por lo que veo son en general mentalmente más equilibrados y afectivamente más maduros que muchos de los que me he encontrado por el mundo. Sienten empatía por otros, son sociables y capaces de tener una conversación con un adulto. Cínicos cuando tienen que serlo e ingenuos cuando no. No está mal para empezar y los universitarios están bastante mejor preparados de lo que se dice.
¿Qué les falta? ¿Donde está la malesse? Necesitan tener un proyecto vital, algo que en España siempre ha sido complicado más allá de la mera supervivencia (llámese pisito, coche, mes de vacaciones). Ahora ni eso. Por eso se van. Fallan las condiciones materiales pero también culturales.
La sociedad americana es la más eficiente que conozco en aquello de dotar a los individuos (y a cualquier organización) de una misión en la vida, de metas y objetivos. Se inculca la idea de producto (outcome), de tener metas y objetivos, cuanto más tangibles mejor. Suena algo primitivo, puede verse como una forma de eludir hacerse las preguntas fundamentales de la vida ya que la consecución de metas tangibles suele dejarnos siempre insatisfechos, pero es una necesidad incuestionable la de tener metas concretas en la vida.
En la universidad española todavía se escucha mucho eso de que uno no está allí para ser un profesional de nada (“esto no es FP”), sino para formarse, adquirir unas destrezas intelectuales y toda esa serie de vaguedades que no conducen demasiado allá ni hacen necesariamente a la universidad mejor. Sin embargo, se deja a los jóvenes demasiado a su suerte.
Aunque la sociedad americana no es el modelo en muchas cosas, no es mentira del todo que esté cuajada de individuos solitarios (los americanos tienen como media uno o dos amigos a lo largo de su vida) que pasan su vida cambiando de ciudades en busca del dólar extra, los americanos si lo han hecho bien en cuanto a dotar al individuo de una misión en la vida, algo que la mayoría de la gente necesita y que suele construirse alrededor del mundo del trabajo.
En la escuela, la universidad, la atención al individuo es constante. Se busca orientarlo a potenciar sus capacidades en aquello que sobresale. Sorprende, en contraste con España, la existencia de la figura del mentor (mentor), un vocablo que en España apenas se usa y que suena a otro siglo pero que tiene como función no dejar al individuo abandonado a su suerte en el mundo académico o profesional.

En el mundo profesional o académico norteamericano se entiende que convertirse en mentor de alguien o en un mentee, es decir, una persona que sigue el consejo o la guía de otro, no es producto del azar o la coincidencia de haber conocido a alguien determinado con un carisma especial. En empresas y universidades hay procedimientos claramente delimitados para que los profesores más expertos guíen a los más jovenes, los profesionales más veteranos a los recién llegados y los docentes a sus alumnos fuera del aula. Es, sin más, una obligación del que sabe más, del más curtido, instruir en la toma de decisiones al que sabe menos, al más inexperto.

Por supuesto, como todo en la vida hay mentores mejores y peores, pero la buena disposición, tanto para el consejo como para el aprendizaje, suele estar presente en ambas partes. Para muchos americanos, compartir su conocimiento y tiempo con otros es parte de la noción de servicio a los demás que se espera de cualquier persona con responsabilidades, con independencia de sus creencias religiosas, éticas o morales.

Recuperemos la figura del mentor. Nuestros jóvenes necesitan gente que les ayude a tomar decisiones.

martes, 11 de noviembre de 2014

Las lentejas de mamá: 6 reflexiones sobre la emigración


Vaya por delante que a cualquier joven español de veintitantos le aconsejo emigrar y pensando en no volver en X años o quizás nunca a no ser de vacaciones o por compromisos familiares. Difícil papeleta aunque si puede ser a los Estados Unidos pues mejor.
Sin embargo, entiendo a Raúl G. Serra cuando dice que echa de menos las lentejas de su madre desde su peripecia londinense. Todo el mundo tiene derecho a echar de menos a su familia, los recuerdos y las sensaciones con los que ha crecido. No veo ese toque siciliano o machista que algunos comentaristas de su blog han querido ver.
Las lentejas son sólo una metáfora. Hay mucha gente, los otros emigrantes, que aprovechan para sacar pecho y decir “haz como yo”, “mira que bien me ha ido a mí”, cada vez que oyen una queja. Me parece una actitud arrogante y ventajista basada en una aceptación del darwinismo ahora que las cosas les van bien a ellos.
Londres puede ser el paraíso o un pequeño infierno si te has ido a buscar la vida con un nivel de inglés precario trabajando en un restaurante o hacienda camas en un hotel. La soledad puede ser acuciante y comerse un filete como el que describe Raúl puede convertirse en un sueño de Carpanta cuando tienes que contar cada penique.
Sin embargo, me hago en voz alta una serie de reflexiones que quizás pueden ayudar a algunos.
1. Adaptarse a una sociedad nueva en la que uno tiene asignado un nuevo papel, inmigrante en el sector servicios, lleva tiempo y un esfuerzo suplementario motivado por el hecho de saber que a dos horas de avión te esperan unas lentejas y una cama con el embozo bien hecho. Hay que aguantar el envite (véase si no mi Carta abierta a Benja Serra) si o sí.
2. Hay que olvidarse de ese pensamiento tan español de “trabajar en lo mío”. Muchas veces “lo mío” puede ser un rollo patatero y nos perdemos oportunidades en otros campos más interesantes y mejor remunerados. En el mundo anglosajón tienen bastante claro que pasar por la universidad habilita para muchas cosas con un mínimo de formación complementaria y una buena actitud. La biografía no te marca necesariamente a los 30 años como aquí.
3. Si tienes ideas, “empezar una startup”, España no es un buen país. Hay aversión generalizada al riesgo. Por simplificar, los únicos que prestan dinero son los bancos tradicionales que son lo más conservador que existe. Sólo te van a apoyar si ya tienes dinero o credenciales. En casi cualquier otro sitio del mundo desarrollado, Londres por supuesto, lo tendrás más fácil si tienes buenas ideas.
4. Aunque lo parezca, no es lo mismo vivir fuera un año que cinco. En términos de madurez emocional, aporta más vivir diez años en un sitio que haber visitado 57 países en fines de semana. Uno madura mucho más, endurece la piel y relativiza muchas de las inevitables adversidades de la vida.
6. Para ser fuerte en casa, ayuda mucho serlo primero fuera. No siempre, porque España es un país muy desagradecido, se abren puertas pero es más sencillo si te has labrado fuera una reputación. Lo único que pasa es que luego no quieres volver.
7. Por último, porque la lista sería interminable para un post, aunque el subjetivismo y la sentimentalidad están de moda en esta era del yo, no te dejes llevar por ellas. Confronta tus sentimientos y sensaciones. Si vienes en verano de vacaciones, te darás cuenta de que las cosas cambian poco, de que no te estás perdiendo nada.
Recordarás que los pisos de Atocha están mal aislados y hace un frío que pela en invierno, que los filetes de las casas de comida de Tirso de Molina son correosos, que el olor a fritanga se queda en tu ropa y que el vino de los menús es pendenciero a más no poder. Te darás cuenta de que tus amigos están melancólicos los domingos por la tarde pensando, los que lo tengan, en el trabajo que les espera el lunes por la mañana.
Si después de hacerse estas reflexiones uno quiere volver, pues que vuelva. Queda avisado.

martes, 28 de enero de 2014

Irse o quedarse


Es alarmante que, a pesar de la falta de perspectivas, todavía la mitad de los jóvenes estén dispuestos a permanecer en España a cualquier precio. Se que hay quien se congratula de ello (alguien se tendrá que quedar a sacar esto adelante, dicen). Hay bastante gente que se alegra de que mucha de la gente que está saliendo fueron inmigrantes que adquirieron la nacionalidad española y no nacidos en España. Hay un orgullo patrio algo casposo en eso de pensar que son “otros” los que emigran.

A mi, personalmente, me da pena porque pienso que emigrar al extranjero en este mundo global que nos ha tocado vivir es el equivalente contemporáneo al tránsito de los pueblos a la ciudad que se dio en la España de los 60. Tiene buenas consecuencias para los que emigran así como para el propio país.

Salvando las distancias espacio-temporales, quedarse es trabajar de sol a sol en la era o a la huerta todos los días de la semana, comer cocido aunque haga calor y no disfrutar nunca de vacaciones pagadas.

Irse es trabajar en una fábrica, almorzar un menu del día o en el comedor de la empresa y tener vacaciones pagadas en verano.

Quedarse es la película de Los santos inocentes.

Irse es la serie Cuéntame lo que pasó.

Quedarse es el Nodo.

Irse son los Juegos Olímpicos y el mundial de fútbol en directo.

Quedarse es escuchar el consultorio de Elena Francis o los partidos radiados por Matías Prats, ir a ver la televisión por la noche en casa del rico del pueblo hasta que tiene que echar a los visitantes porque se va a acostar o se anuncia la carta de ajuste.

Irse es el periódico los domingos, comprarse una televisión propia en blanco y negro o ir una vez por semana a los cines de sesión continua en la Avenida de San Diego, la Calle Alcalá o la avenida Meridiana en Barcelona.

Quedarse es ir en un carro con mulas al pueblo de al lado o tres montados en una moto.

Irse es tener un seiscientos para viajar a Benidorm.

Quedarse es estar con los amigos de toda la vida y casarse con una chica del pueblo con la que uno se toma una gaseosa en la plaza del pueblo.

Irse es conocer gente nueva en el barrio o en el trabajo, que el de Lugo se eche una novia de Almería y salir un domingo por el Retiro a la Casa de Fieras o a una boite.

Quedarse es misa dominical, en latín, la ropa de los domingos, un Dios irascible que te contempla en todo momento y te castiga o castigará por tus acciones u omisiones.

Irse es una parroquia de barrio, canciones de guitarra adaptadas de melodías de Bob Dylan, el Concilio Vaticano II o darte cuenta un día de que Dios no existe.

Quedarse es la matanza por San Martín, el veranillo de San Miguel o en Abril aguas mil.

Irse son las rebajas, el fútbol los domingos, los Oscars, el día de San Valentín.

Quedarse es el suelo de terrazo, las sillas de madera o mimbre, el calor de la lumbre, salir a mear al baño del corral, el frío que invade las habitaciones y se cuela por el quicio de las puertas cuando cae la noche.

Irse es el sofa de escay, el cuadro de caza, el parquet, la nevera, el bidet y, con un poco de suerte, la calefacción central.

El Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, Singapur…

Ancha es Castilla.