Los yard sales son
rastrillos caseros montados enfrente de la casa de uno, normalmente a la puerta del garaje, para vender aquella mercancía que uno quiere quitarse de encima. Como
las bicicletas, suelen ser para el verano.
Al contrario de lo que uno escucha por ahí a menudo, no son fruto de
la codicia norteamericana por arañar el último dólar de aquellas cosas que no nos hacen falta. Quizás en algún momento
de la historia tuvieron una motivación material, pero hoy por hoy son más bien
lo contrario. Responden a otros factores. Son, como los community
gardens, una táctica más para acceder a uno de los bienes más codiciados
por el nuevo matrix norteamericano, unos minutos de socialización con los
vecinos del otro lado de la calle. También contribuyen a que goce de buena salud uno de los deportes nacionales que consiste en buscar gangas porque sí los fines de semana fuera de los cauces de las grandes cadenas comerciales. Y sí, bueno, quizás algunos padres aprovechen
la ocasión para instruirles acerca de las bondades de la economía de mercado
vendiendo vasos de limonada a 25 centavos.
De hecho al recién llegado suelen desconcertarle, porque no hay
demasiado control de calidad y los precios en muchos casos son casi simbólicos.
Siguen siendo un testigo visible de la obsesión norteamericana, mitigada esta
última década por la debacle inmobiliaria, por moverse y buscar oportunidades
allí donde se encuentren sin tener que cargar con todo el equipaje. ¿Para qué
llevarte las estanterías de aglomerado de Ikea a 2.000 kilómetros de aquí? ¿O
esas ropas de abrigo que viviendo en Florida ya no te van a hacer falta?
Ciertamente, hay un matiz de clase en los yard sale. No he visto yard
sales en los barrios opulentos de San Francisco, por poner un ejemplo.
Una categoría superior de yard
sales, son los estate sales, es
decir, la venta de los objetos de una persona que acaba de fallecer por sus
familiares. En éstos, la mercancía suele ser de mejor calidad y los precios más
elevados.
Aparte de la finalidad práctica
de deshacerse de un modo más respetuoso que la mera destrucción física de los
bienes del difunto o su acumulación en molestas cajas en algún garaje, supone
de algún modo una prolongación de la funcionalidad de la vida de éste en otros
ambientes.
En cierto sentido no resulta muy diferente a esparcir las cenizas o
donar un órgano.
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