Me
sigue sorprendiendo encontrarme con gente que habla de las tapas como si se
tratara de un tipo determinado de comida, cuando en realidad se trata de un
concepto. Compartir distintas preparaciones, que pueden ser muy sencillas o muy
complejas en un ambiente desenfadado, sofisticado, sucio e incluso de pie.
Algo
parecido sucede con las barbacoas en Estados Unidos. La barbacoa no es una
máquina para aportar un sabor característico a los alimentos, sino más bien una
de las escasas manifestaciones de hedonismo colectivo que se dan en este país.
Tiene, de hecho, un sello de marca. La fascinación que sigue suscitando, por
ejemplo entre los estudiantes extranjeros, la experiencia de participar en una
barbacoa sigue siendo uno de los mejores ejemplos de cómo, en esta era de la
globalización que parece desmitificarlo todo y romper cualquier molde, el ideal
de vida americano sigue gozando de excelente salud en la mayor parte del mundo.
Lo
interesante es que, como San Patricio, el contenido del evento es escaso. El
anfitrión compra generalmente carne de vaca y pollo, salchichas y quizás alguna
verdura para poner en el grill. Abunda también la cerveza, los dips y en verano
la sandía. Los hombres se disponen alrededor del anfitrión masculino para
hablar de deportes o de trabajo ya que, pese a las apariencias, la idea de que
el macho de la casa es responsable de masajear la comida en la parrilla esta
tan implantada como el hecho de que a él le corresponde cortar el césped o
reparar la bicicleta.
En
otra parte del jardín, las mujeres conversaran acerca de los hijos, el trabajo
o cualquier otro quehacer doméstico. En otra sección, los niños estarán
ocupados en una sucesión de juegos que puede haber estado cuidadosamente
planificada por la señora de la casa con algún propósito vagamente educativo y
probablemente implementada por el cabeza de familia.
Las
aproximadamente dos horas de duración del evento pasaran más rápida o más
lentamente dependiendo del grado de compenetración de los invitados.
Normalmente siempre hay uno, el más aburrido o el que más se está aburriendo,
que no tiene la resistencia suficiente frente al tedio y anuncia que tiene que
marcharse con cierta premura tras algo más de una hora arguyendo algún
compromiso. El resto no alargara nunca su estancia más allá de las dos horas de
rigor. Dos horas durante las cuales la pantalla de plasma en el interior de la
casa retransmitirá un partido de futbol americano o de beisbol, habrá algún
padre en una esquina del jardín recreándose con su Smart phone, quedaran restos
de salsas rancheras o mejicanas calientes en boles a las que nadie osa ya
introducir una rama de apio, los silencios en la conversación se harán más
palpables y difíciles de llenar.
Tengo
para mí que el secreto de las barbacoas radica en su terminación, en la vuelta
a casa, en la conversación en el coche, en el retorno a la familia nuclear, a
la vida activa y solitaria.
A la seguridad.
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