Vaya por delante que pienso que todos hemos enloquecido un poco pensando que los rankings pueden medirlo todo, que la apariencia de objetividad es siempre posible y deseable. Dicho esto, España necesita urgentemente un ranking de universidades. No tenerlo es sintomático de que en realidad no sabemos lo que hace falta para construir una buena (y nueva) universidad.
Los pocos intentos que ha habido hasta la fecha no han funcionado. El más riguroso es quizás el reciente de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) que mide los resultados y la producción científica de las universidades públicas españolas. Un empeño voluntarioso pero nada realista al pensar que nada menos que 48 universidades pueden ser consideradas en España como de investigación cuando en todo Estados Unidos la Carnegie Foundation incluye 208 universidades de investigación o con alto componente investigador.
Entre las publicaciones o diarios destaca el del diario El Mundo pero maneja pocos datos. Sólo tiene en cuenta titulaciones o carreras y las explicaciones de los programas parecen más de folleto comercial que otra cosa cuando por ejemplo señala que en el programa de comunicación audiovisual de la Universidad Camilo José Cela "los estudiantes realizan prácticas desde el primer día complementándose a la perfección con la teoría que se imparte en las aulas". Mucha credibilidad no transmite la verdad.
Con todos sus defectos, seguimos mirando fuera para que el espejito mágico nos diga lo guapos o lo feos que somos. Debido a ello, el ranking de la Universidad de Shangai, aunque ampliamente criticado, sigue siendo una vara de medir la irrelevancia o el éxito.
Estados Unidos ha sido el país que más ha impuesto la tendencia de los rankings de universidades que llevan realizándose muchos años. Cuando U.S. News publica todos los meses de septiembre su ranking de universidades es un acontecimiento. Más de mil ochocientas universidades americanas son evaluadas de acuerdo a una serie de criterios, también cuestionados, como son la reputación académica de la institución entre sus pares, los ratios de retención de nuevos estudiantes y graduados, los recursos disponibles, la selección de estudiantes, los ratios de alumnos que acaban graduándose y el porcentaje de alumnos que están dispuesto a donar dinero a su alma mater. Esto último suena extraño, ¿verdad?
El U.S. news report no es tan omnipresente como el ejemplar de la biblia que uno se encuentra en los cajones de la mesilla de todos los hoteles en Estados Unidos, pero se le acerca. Futuros estudiantes y administradores universitarios lo tienen muy en cuenta a la hora de elegir centro o de la toma de decisiones estratégicas.
Es un ranking en el que todo el mundo de alguna manera gana, encuentra un nicho de mercado. Una puede estar incluida entre las mejores 20 universidades estatales del medio oeste por relación calidad precio o entre los 50 mejores liberal art colleges del sur del país. Siempre hay algo a lo que agarrarse. Pero no nos engañemos, los ganadores son los de siempre, principalmente las universidades privadas de la llamada Ivy League junto a Stanford, Berkeley y similares.
Se discute por ejemplo que este ranking no tiene en cuenta el dinero que cuestan o el retorno de la inversion a la hora de encontrar un trabajo de los graduados de una determinada universidad, datos que en Estados Unidos se encuentran accesibles a través de webs como payscale.com. Si así fuera Pennsylvania State University o la Universidad de Colorado, ambas públicas, quedarían muy bien situadas por encima de algunas vacas sagradas. Evidentemente, como bien dice Malcolm Gladwell, que se ha propuesto derribar el mito de las universidades de élite, alguien hizo los rankings para ganarlos y el de U.S. News no es la excepción ya que está repleta de opciones ideológicas que favorecen a aquellos a quienes poco importa si la matrícula son 50.000 o 70.000 dólares al año.
Sin embargos, no tener rankings es todavía peor. En España las universidades no parecen tener datos, y si los tienen se los guardan celosamente, acerca de los salarios que ganan sus graduados, cuantos están en el paro o de cual es el retorno de la inversión para el que decide estudiar en una universidad privada, probablemente bastante bajo en comparación con la pública (a no ser que se trate de determinadas escuelas de negocios).
A nadie le interesa. A los gobiernos para que no se constate una vez más el fracaso de unas políticas que nadie quiere cambiar desde la raíz por su coste político, a los rectores y otros administradores nombrados a dedo por simpatías políticas para que no se les pueda pedir responsabilidades por pretender recibir cantidades ingentes de dinero público para tener las universidades llenas y continuar enviando titulados a las listas del paro o a la emigración.
Un raking, aun con criterios deficientes y manipulables, desvelaría más a las claras a qué juega cada uno.
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