Tener una dentadura en mal estado es casi un delito en este país. No es ni mucho menos infrecuente que adultos de cincuenta años exhiban alambres en los dientes con esa convicción tan americana de que todo es posible en cualquier momento y lugar. Y no es para menos ya que la capacidad de hablar y comunicar en público es considerada uno de los rasgos esenciales para triunfar en prácticamente cualquier profesión y no solamente entre los directivos. Argüir que tal bonus está justificado por la capacidad de comunicación de fulano o mengano no resulta sospechoso en una cultura empresarial en la que la capacidad de comunicación a veces es tan relevante como la propia gestión.
Y, no nos engañemos, comunicar es en una mayoría de ocasiones saber sonreír. Y saber sonreír no es sólo enarcar los labios y abrir la boca sino que todo ello parezca genuino, auténtico, reflejo de una convicción interna que genere en los demás la convicción de que uno se encuentra a gusto, conforme, feliz de estar en la propia piel y en el mundo. Y todo ello sin que parezca que está actuando. Os invito a que echéis un vistazo a las fotos que los americanos despliegan de ellos mismos en Facebook, a las caras de los políticos o deportistas que son entrevistados en CNN, Fox o ESPN. Antes de hablar ya han hablado con una sonrisa sincera, de verdad, aunque a nosotros pueda parecernos impostada porque sabemos que la vida no es, después de todo, tan perfecta. Incluso, en muchos casos en la vida cotidiana la sonrisa sustituye al saludo que puede parecer demasiado económico, austero si no va acompañado de una sonrisa. Pero para que la sonrisa surta el efecto debido se espera que la dentadura sea perfecta, sin mácula, el producto quizás de una mentalidad eugenésica que aún pervive en la psique americana.
Al contrario de lo que algunos piensan, Estados Unidos es un país en el que la seriedad, y no digamos la timidez, son percibidos como defectos. A nadie le gusta que le definan con uno de esos atributos como si fuera un insulto. Uno de los escasos defectos que incluso sus adeptos sacan a Obama es que proyecta una imagen demasiado seria, cerebral que no llega con la eficacia debida al público estadounidense que lo encuentra demasiado distante, algo pretencioso. Tiene mucho mérito que hay llegado a presidente de los Estados Unidos sin sonreír mas.
Y, no nos engañemos, comunicar es en una mayoría de ocasiones saber sonreír. Y saber sonreír no es sólo enarcar los labios y abrir la boca sino que todo ello parezca genuino, auténtico, reflejo de una convicción interna que genere en los demás la convicción de que uno se encuentra a gusto, conforme, feliz de estar en la propia piel y en el mundo. Y todo ello sin que parezca que está actuando. Os invito a que echéis un vistazo a las fotos que los americanos despliegan de ellos mismos en Facebook, a las caras de los políticos o deportistas que son entrevistados en CNN, Fox o ESPN. Antes de hablar ya han hablado con una sonrisa sincera, de verdad, aunque a nosotros pueda parecernos impostada porque sabemos que la vida no es, después de todo, tan perfecta. Incluso, en muchos casos en la vida cotidiana la sonrisa sustituye al saludo que puede parecer demasiado económico, austero si no va acompañado de una sonrisa. Pero para que la sonrisa surta el efecto debido se espera que la dentadura sea perfecta, sin mácula, el producto quizás de una mentalidad eugenésica que aún pervive en la psique americana.
Al contrario de lo que algunos piensan, Estados Unidos es un país en el que la seriedad, y no digamos la timidez, son percibidos como defectos. A nadie le gusta que le definan con uno de esos atributos como si fuera un insulto. Uno de los escasos defectos que incluso sus adeptos sacan a Obama es que proyecta una imagen demasiado seria, cerebral que no llega con la eficacia debida al público estadounidense que lo encuentra demasiado distante, algo pretencioso. Tiene mucho mérito que hay llegado a presidente de los Estados Unidos sin sonreír mas.