Es curioso, pero en el país de la libertad, que
enseñó al resto del mundo que la opinión pública era el rey, es complicado
opinar en la vida cotidiana.
Ser una persona que
opina mucho tiene un matiz peyorativo en la vida americana. Ser considerado opinionated implica que uno es
denominado cascarrabias, polémico, controvertido, poco de fiar, en suma.
El mundo pertenece a
los easygoing, los que siempre se
muestran de acuerdo con uno independientemente del tema que se trate, a los que
más o menos les gusta todo, los que sacrifican una verdad a mantener el buen
rollo o simplemente los que no tienen demasiadas inquietudes intelectuales.
El producto de todo
ello es que en las reuniones sociales predomina el small talk, una tendencia a la nadería, a la gracia fácil e inocua
que no solivianta a nadie. Las discusiones prácticamente están prescritas y por
ello raramente se habla de temas relacionados con la política o los valores a
no ser que el nivel de confianza entre las personas sea altísimo. Cuando se
monta alguna trifulca no resulta inusual que alguno de los intervinientes hable
inglés con acento extranjero.
El resultado suelen ser conversaciones que con
frecuencia resultan sosas al europeo, más acostumbrado al cuerpo a cuerpo.
En España existe la
sana opinión de que la gente opine de cualquier cosa, a menudo con
desconocimiento. Pueden producirse situaciones acaloradas con alguna frecuencia
que normalmente se disuelven con rapidez y sin dejar apenas rastro como un azucarillo
en el café.
Sin embargo, lo que de
un tiempo a esta parte viene sucediendo a los líderes de opinión españoles con
respecto al tema catalán me recuerda bastante a lo que pasa en Estados Unidos
entre las personas comunes. Mikel López Iturriaga es un buen blogger
gastronómico que vive en Barcelona pero un líder de opinión le pese o no lo
pese. Por eso no se entiende que confiese haberse “jurado a mí mismo no escribir jamás sobre la situación en Cataluña, salvo que viniera una horda de falangistas australopitecus blanquernis a mi casa y me obligara a ello bate de béisbol en mano”.
¿Por qué? ¿Qué tiene de malo opinar sobre ese
tema? Es un tema tan importante, tan totalizador que, por supuesto, al final
afecta cualquier aspecto de la vida. No en vano, la identidad es uno de los
cuatro o cinco temas más importantes en la vida de toda persona, sino a ver
como se explica la pasión que tiene la gente por los deportes, la comida o por
las fiestas o tradiciones de sus tierras.
También he escuchado a
bastantes actores de teatro o cine evitar manifestar una postura simplemente
diciendo que se encuentran en casa en cualquier punto de España pero que
piensan que los ciudadanos deben opinar y que acatarían la decisión que tomaran
en un hipotético referéndum.
Piensan que son los
catalanes deben opinar pero ellos no opinan sobre el meollo del asunto. Según
esta nueva visión parece ser que son los políticos o los tertulianos
los únicos que deben perder el tiempo opinando ya que no tienen cosas mejores y
más divertidas que hacer, como comer o actuar. Según esta filosofía tan de moda
en España uno puede ser un personaje público sin pronunciarse acerca de las
grandes cuestiones, “eso es cosa de políticos”, o directamente minimizándolas
como si no fuera importante.
Uno pensaría que el buenrollismo
consiste en que cuanta más gente permanezca unida mejor, en que el que viene de
fuera pueda ser bien acogido pero manteniendo su identidad, en que las lenguas
y la cultura evolucione libremente y no por imposición, en que el dinero se
redistribuya de unos lugares a otros igual que se hace entre individuos.
Parecen principios a
defender desde una perspectiva progresista, de izquierdas, que suele ser la
habitual, ojo no digo que la única, en el mundo de los actores o los
periodistas que escriben en PRISA o se dedican al cine y al teatro.
Por eso el debate
público sigue siendo superior en Estados Unidos y su democracia es una de las
mejores del mundo. Los actores, los escritores o los periodistas no tienen
miedo a pronunciarse sobre las grandes cuestiones, y el desgajamiento de un
estado lo es, y existe una mayor pluralidad. Hay actores de izquierdas, de
derechas, jugadores de baloncesto que critican a Obama y algunos que apoyan a
candidatos políticos con su propio dinero.
Lo veremos, una vez más,
en la próxima campaña presidencial que está a la vuelta de la esquina.