La
obsesión por el tamaño de los americanos es archisabida. Incluso el más
acérrimo defensor del carácter norteamericano, entre los que me incluyo, tiene
que reconocer que hay algo vulgar, inmaduro, infantil y a contracorriente del
progreso de la humanidad en la búsqueda de lo grande porque sí. El tamaño de
los vasos de los refrescos (siempre con una pajita y hasta los topes de hielo),
las raciones de comida (siempre el doble de lo que uno realmente necesita), los
coches concebidos como casas rodantes, incluso la ropa que con frecuencia le
resulta a uno excesivamente holgada haciéndole parecer a uno que ha ganado unos
kilos de más. Es cierto, no tiene demasiada defensa el gusto por lo grande
porque sí.
Hay,
sin embargo, una excepción. La afición de pensar a lo grande, thinking big. Incluso el americano menos
cultivado, con una experiencia vital menos rica, es consciente de la
importancia de tener sueños, de no conformarse con cualquier cosa. Un afán que
de alguna forma contribuye al auge de la religión en este país donde pocos se
conforman, como en Europa, con ver la vida como un conjunto de reacciones
químicas y azarosas, adecuadamente gestionadas por un estado antaño protector, que
se extingue en un tiempo relativamente corto de tiempo. Soñar es, por tanto,
parte del ethos americano tanto como el apple
pie.
Es
cierto que hay ejemplos de empresas exitosas e innovadoras en unos cuantos
países, pero pocas de ellas se basan en la idea de pensar a lo grande, de soñar.
No son solo las economías de escala lo que explica que haya una empresa llamada
Netflix que ofrece prácticamente disponer de toda la historia del cine (35.000
peliculas) a sus abonador por 15 euros al mes; u otra, más conocida fuera de
los Estados Unidos, llamada Apple que desarrollo un dispositivo de tamaño
inferior a la palma de una mano que fue el primero que permitía hablar por
teléfono, comunicarse a través de Internet, tomar fotos, ver películas,
escuchar cualquier emisora de radio del mundo y realizar cualquier transacción
comercial; u otra como Amazon.com que
prácticamente permite adquirir cualquier mercancía existente en el mundo desde
la casa de uno y a precios competitivos.
Yo a
eso lo llamo pensar grande. Zara, el Banco de Santander, Volkswagen y Louis
Vuitton son empresas eficientes pero no son el producto de sonadores. Apple o
Amazon.com sí.
A un
nivel micro, existen millones de americanos que suenan y que innovan con pequeños
o grandes negocios. Lo de menos es que estén mejor o peor educados, una
cualidad que para soñar a veces está hasta de sobra.