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lunes, 26 de diciembre de 2011

Expertos

Una palabra que se escucha permanentemente en la vida americana es counselor. Este término, que puede traducirse sin problemas como asesor o consejero, inunda tanto el ámbito tanto personal como profesional.

A los españoles, tan acostumbrados a dejarnos llevar por el sentido común o la intuición, nos abruma tanto counseling. En primer lugar, porque muchas veces entendemos que no hace falta tanto asesoramiento o consejo para resolver cuestiones que consideramos menores cuando no ya resueltas; en segundo lugar, porque esta palabreja nos hace llevarnos la mano a la cartera.

En Estados Unidos, y no solo en el mundo de la clase media o media alta, proliferan los consejeros. Las universidades, por ejemplo, están repletas de counselors sobre educación sexual, técnicas de estudio, orientación profesional, comunicación intercultural o educación en hábitos saludables, por mencionar unos cuantos ejemplos. Pero en la vida cotidiana me he topado con counselors sobre relaciones de pareja, sobre la mejor manera de jubilarse, la crianza de los niños, como llevar una vida espiritual saludable, o la organización de la fiesta de bodas.

América es, efectivamente, el país de los expertos. Los americanos, como se sabe, han despreciado desde siempre la figura del intelectual de relumbrón entendido como el hombre de letras o del mundo del arte que acude a manifestaciones y da su opinión sobre problemas de cualquier ámbito (preferentemente político). Personalidades como Noam Chomsky o Gore Vidal podrán resultar muy atractivas al otro lado del Atlántico pero no así para una mayoría de sus compatriotas que los miran con el recelo con que se examina a los sabelotodo. En cambio, no sucede lo mismo con aquellos que podríamos denominar expertos, es decir, con los que generalmente acreditados por un sólido curriculum o la realización de un estudio sobre una material determinada, acuden con frecuencia a los platós de televisión o a las emisoras de radio. Profesores de sociología opinan sobre fenómenos relacionados con las celebridades, full professors de economía en universidades de prestigio sobre la mejor manera de salir de la recesión, académicos del campo de la educación suelen acudir a talk-shows a debatir sobre la mejor manera de elevar el listón educativo. Este fenómeno sucede a todos los niveles, local, regional o nacional. En este país el anti-intelectualismo no está reñido, más bien lo contrario, con la búsqueda del third party endorsement del experto, que es casi obsesiva. Cualquier persona de un nivel cultural medio te habla de que tal ordenador obtuvo esta puntuación en tal consumer report o que hay unos investigadores de la universidad de Massachussets que han demostrado que aprender piano es positivo para el desarrollo del cerebro a los cinco años.

¿Existe algún equivalente de los todólogos o tertulianos que comentan a diario los asuntos de actualidad en las emisoras de radio o televisiones de toda España? No del todo, la verdad. Aunque en apariencia los programas informativos de cadenas solo noticias como CNN, MSNBC o FOX podrían resultar equivalentes, lo cierto es que en estos escasean aquellos en que una misma personalidad opina sobre distintos temas. Es cierto que, como sus homónimos españoles, han renunciado a la objetividad que para ellos se basa, en el mejor de los casos, en entrevistar a dos personalidades con opiniones radicalmente divergentes (en otros casos como las más militantes FOX o MSNBC suelen limitarse a invitar a personalidades que comparten la línea editorial del medio). De la misma manera en los periódicos americanos uno no se encuentra una columna diaria de determinados escritores como sucede en España. Las estrellas del columnismo se prodigan menos, en muchos casos unas dos veces por semana, conscientes de que la mera opinión nunca será suficiente si va desprovista de datos.

Un último detalle, la palabra tertulia, una modalidad de la conversación que rehúye la agenda de temas preparada de antemano y donde la limitación temporal es difusa, no existe en inglés. Yo que echo enormemente de menos la existencia de tertulias en mi vida cotidiana donde cualquier discusión parece cronometrada, no lo hago tanto cuando veo la televisión y me ahorro los comentarios superfluos de un montón de gente que carece de autoridad para opinar sobre determinadas cuestiones. Es probablemente más aburrido, pero también más justo.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Santa Claus y las happy holidays

No deja de resultarme sorprendente que en la única sociedad occidental en la que el cristianismo sigue teniendo vigor, solo para hacernos una idea alrededor del 45 por ciento de los norteamericanos acuden a misa semanalmente frente a un 12-15 por ciento de españoles, la palabra navidad cada vez se utilice menos por estas fechas. La expresión happy holidays surgió de forma alternativa en los años 70 como una forma explícita de reconocer la neutralidad del estado en material de religión al mismo tiempo que la emergencia de una sociedad cada vez más diversa y multicultural. Desde entonces el término se ha ido imponiendo no sólo en la esfera pública (tanto las instituciones del gobierno como numerosas corporaciones han eliminado la expresión merry Christmas para dirigirse a sus distintas audiencias y la han sustituido por el más aséptico felices vacaciones) sino también en la privada. Sin ir más lejos una mayoría de mis estudiantes, bastantes de ellos de arraigadas convicciones religiosas, se despide de mi deseándome happy holidays el ultimo día de clase o al terminar sus correos electrónicos. Del mismo modo una aplastante cantidad de las tarjetas de felicitación y fotografías que recibimos en casa (una costumbre que se mantiene viva por estos lares) incluyen esta expresión u otras similares como season greetings. En un país donde al menos un 90 por ciento de sus habitantes dicen creer en Dios y de ellos un 95 por ciento se denominan cristianos no deja de sorprenderme este acatamiento de la ley y/o de lo políticamente correcto.

Mientras tanto, en España, país denominado por la propia jerarquía católica como tierra de misión por su elevada indiferencia cuando no directa hostilidad hacia cualquier tentativa de pensamiento cristiano y yo diría que metafísico en general, la expresión feliz navidad apenas ha sufrido erosión en estos últimos años.

Se me ocurre que la definitiva entronización de la figura de Santa Claus como icono de la navidad que tuvo lugar en la campaña publicitaria de Coca-Cola en los periódicos y revistas americanos en 1931 marcó un antes y un después en la consideración de la navidad como un periodo de ocio más que una fiesta religiosa y supuso un antecedente de lo que vendría después en Estados Unidos. A partir del concepto creado por el artista Haddon Sundblom, Santa Claus, que tenía como lejano y vago referente la figura de San Nicolás de Bari, paso a ser un anciano vestido de rojo y blanco (los colores de la corporación), alto (hasta entonces en numerosas interpretaciones se aparecía como un enano o elfo), gordo y bonachón. Santa Claus se transformó rápidamente en un icono global y hoy puede disfrutarse de su presencia por estas fechas en puntos terráqueos tan distantes como Japón, Argentina y Sudáfrica (a quien le interese la historia complete de la invención de este icono le recomiendo visitar la web de Coca-Cola). Santa Claus no venía solo y popularizó rápidamente toda una iconografía navideña de raíces nórdicas como el abeto, las velas, el reno y el copo de nieve que de alguna forma ponían la navidad al alcance de todos los bolsillos, incluso aquellos que no eran cristianos. Soy de la opinión que el concepto moderno de Santa Claus abonó el terreno al pensamiento políticamente correcto estadounidense sobre esta materia al hacer aceptable por todo el mundo que la navidad se entendiera como un periodo de legítimo hedonismo, consumo y disfrute del tiempo libre.

A mi particularmente me enorgullece que España sea uno de los países que conozco donde Santa Claus tiene menos fuerza, aunque para mi gusto (y no soy ningún casticista) empiezan a abundar un poco más de la cuenta en los balcones de las casas españolas los muñequitos del citado personaje. Siempre he pensado, y no creo que sea una mera cuestión de tradición o recuerdos infantiles, que el halo de misterio, sabiduría y universalidad que emanan los tres magos de oriente, los cuales después de todo solo aparecen en un pasaje breve del evangelio de San Mateo, son incomparablemente más interesantes que la figura algo bobalicona de Santa Claus.

Y valga esta reflexión navideña para desearos una feliz navidad o, para el que lo prefiera, happy holidays.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Bill Gates, el poder y la gloria

Últimamente he sabido de Bill Gates por razones ajenas a su labor en Microsoft.

Una de mis alumnas, tratando de excusar el retraso en entregar un paper, me contaba la semana pasada lo ocupada que había estado últimamente debido a un trabajo que le había salido de viernes a domingo participando en la organización de un campeonato de bridge cerca de Seattle. Me contó que uno de los participantes era el propio Gates que había compartido con otros jugadores una de las decenas de mesas con otros jugadores de bridge (que por lo que pude ver en las fotos de tenían un aspecto bastante corriente) en tres jornadas interrumpidas de unas diez o doce horas cada una. Este tipo de campeonatos, en los que las apuestas son de unos pocos dólares, suele tener un horario únicamente interrumpido con una breve pausa para tomar un sándwich. Según me dijo esta estudiante, Gates, que había llegado acompañado de dos discretos guardaespaldas, había quedado eliminado antes de llegar a las rondas finales. Viendo las fotos que, como un paparazzi, había tomado mi estudiante con su cámara digital era ciertamente difícil apercibirse de la presencia de Gates que aparecía algo despeinado y con ropa informal que tenía todo el aspecto de haber sido comprada en alguna tienda del tipo de Gap o Eddie Bauer.

Ese mismo día leí en el Seattle Times que Gates, a través de una empresa energética local, estaba en conversaciones con el gobierno chino y de otros países BRIC para desarrollar una cuarta generación de reactores nucleares mas seguros y eficientes energéticamente.

Hace pocos meses unos amigos me anunciaban que se mudaban a vivir a otro pueblo cercano porque se habían enterado que una de sus escuelas, regentada por jesuitas para mas señas, era una de las mejores del estado de Washington. Luego me entero que la escuela está financiada parcialmente por la Melinda and Bill Gates Foundation y muchos de sus alumnos provienen de familias de bajos ingresos.

También he sabido recientemente que uno de mis alumnos es un chico sudanés que ha podido realizar su sueño de estudiar en Estados Unidos gracias a una generosa beca de dicha fundación.

Y seguro que me dejo en el tintero alguna que otra referencia a la labor empresarial o filantrópica de Gates de la que haya tenido conocimiento estos últimos días por experiencia directa.

Justo la semana pasada también me tropecé en varios medios de comunicación españoles con una foto de un Emilio Botín rodeado de, presuntamente, varios habitantes de favelas a los que el Banco de Santander acaba de conceder microcréditos. El banquero, sonriente, vestía un traje gris marengo de corte clásico rodeado de varios hombres luciendo camisetas con grandes logos del Banco de Santander. La escenografía tenía el aspecto de ser cualquier cosa menos espontánea y uno podía imaginarse los numerosos filtros que había superado antes de ser difundida por el departamento de prensa del banco.

En todos los años que viví en España, feliz coincidencia, no recuerdo haberme tropezado a nivel personal ni una vez con vidas que pudieran ser afectadas por la labor filantrópica de los millonarios españoles (que aunque menos ricos que Gates, también los hay e importantes). Y ello me sugiere que la relación de los españoles con el dinero sigue siendo muy diferente a la de los americanos. Después de todo va a seguir siendo verdad aquella reflexión que hace casi un siglo hacia Ramiro de Maeztu sobre el sentido reverencial del dinero en la vida norteamericana, de acuerdo a la cual para los americanos el cumplimiento de los deberes mundanos (es decir, la prosperidad económica personal no como fin en si mismo sino como una manera de mejorar el mundo) es la única forma de alcanzar la autentica gloria. Una mentalidad que pervive en hombres que no son necesariamente religiosos como es el caso de Bill Gates.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El valor de una cara

Estados Unidos es un país de caras. No, no en el sentido español que nos es tan familiar. Sea por los motivos que sea, la gente está obligada a revelar su aspecto para lograr sus metas personales o profesionales. Me explico, en una sociedad en la que la confianza y la transparencia son valores tan preciados, las personas no suelen ocultar su rostro tras una página web o un reclamo publicitario. Siempre me ha llamado la atención esta actitud de desparpajo frente al hermetismo habitual que se da en la sociedad española con respecto a mostrar el rostro. De hecho, no existe una expresión equivalente a “dar la cara” en la jerga norteamericana, supongo que porque no se intuye que haya gente que pueda permitirse no darla. Bueno, hay una excepción, la de los anuncios de ofertas de trabajo. Hace mucho que no hojeo estas depauperadas secciones en los periódicos o webs españolas, pero supongo que seguirá siendo habitual que muchas personas soliciten una fotografía del candidato, algo terminantemente prohibido por la legislación norteamericana y de la mayoría de países civilizados. No me imagino que en este país hubiera podido darse un caso como el de Amancio Ortega, del cual únicamente supimos, por imperativo legal de la CNMV, que aspecto tenía cuando decidió que Inditex empezase a cotizar en bolsa hace unos años.

Para la psique americana es importante acostumbrarse a “dar la cara” desde temprana edad. En las clases de las escuelas infantiles es habitual que aparezcan los nombres de los chicos junto a su retrato a la entrada de las clases, en los supermercados siempre figuran las fotos de quienes trabajan en las diferentes secciones, no hay un sólo anuncio de una agencia inmobiliaria en el que no aparezca la imagen del agente inmobiliario en cuestión con su nombre y apellidos, los chicos que van a hacer la primera comunión aparecen retratados en los tablones de las parroquias, los dentistas y los doctores se anuncian en la prensa con su familia, los estudiantes que optan a liderar las diversas asociaciones universitarias ponen fotos suyas en los tablones, y, como no, los profesores de universidad suelen incluir retratos en las webs de los departamentos (algo que, dicho sea de paso, yo no hago) e incluso en la puerta de su despacho en situaciones informales.

Una de las ventajas de no vivir en España es que uno no tiene que tragarse las aburridísimas campañas electorales. Perdonadme si, ahora que ya se les estará pasando a muchos la resaca electoral, me refiero brevemente al valor indispensable que tiene “dar la cara” en la política norteamericana. Todos las semanas en el farmer’s market, un mercadillo que frutas y verduras que se pone los sábados en el centro del pueblo, soy asaltado varias veces por los diferentes candidatos locales que quieren darse a conocer y discutir personalmente con la gente sus ideas para el pueblo o el condado. En otras ocasiones, estos candidatos a alcalde o como representantes del condado en la capital del estado, Olympia, han tocado el timbre de mi casa. Las discusiones, por una mera economía del tiempo, suelen ser relativamente superficiales pero sirven para transmitir una impresión general del candidato y “quedarnos con sus caras”. Para la psique americana resulta inconcebible incluir una papeleta con nombres en una urna si se trata de alguien a quien no se le ha visto la cara, por eso, entre otras cosas, existe un sistema de listas abiertas. Me pregunto cuantas caras reconoceríais de los candidatos que figuraban en vuestra papeleta de voto.

domingo, 27 de noviembre de 2011

El silencio

Los americanos tienen una cierta fama de ruidosos fuera de los Estados Unidos. Esta faceta puede que a los españoles, más ruidosos todavía, nos pase desapercibida, pero no así a otros europeos o, por ejemplo, a los japoneses. La imagen de un grupo de americanos en pantalones cortos o vestidos con ropas deportivas caminando por París o Berlín y hablando a todo volumen se ha convertido en un cliché para mucha gente, incluidos los propios americanos cuando tratan de reirse de si mismos.

La imagen de país ruidoso tambien la proyecta la industria del entretenimiento. Antaño la música de break-dance por las calles y hoy el hip-hop, el rumor de los coches en Nueva York (la ciudad que nunca duerme), el estruendo de las bandas de música en los partidos de béisbol y fútbol americano, los incesantes cánticos de las tropas durante los entrenamientos que hemos visto en las películas sobre la guerra del Vietnam. Sin embargo, si hay una faceta que vertebra la vida americana es el silencio. No precisamente el silencio interior que tendemos a asociar al ascetismo cristiano o a las religiones que vienen del Oriente, producto de la inacción antesala de la meditación, sino el silencio dictado por la ubicación en un espacio determinado. Es el silencio del suburbio, del barrio residencial, de la ciudad pequeña, de las calles permanentemente vacías por las que amplios vehículos se deslizan sigilosamente a paso de tortuga a cualquier hora del día para cumplir una ley que en la mayoría de los casos les impide circular a una velocidad mayor de 20 o 25 kilómetros por hora. El silencio del orden a ultranza de barrios de casas perfectamente alineadas y césped cortado con rigurosidad milimétrica, del paseo por un campus universitario un domingo por la tarde, de un sport bar inundado de pantallas todas ellas con el volumen bajado. El silencio que solo corta el agitarse por la ventisca de una bandera de barras y estrellas atada a un mástil en una casa particular o un edificio público.

Si alguien quiere experimentar la angustia de este tipo de silencio, aunque de forma vicaria, no tiene mas que leerse alguno de los cuentos de Raymond Carver o Richard Ford y compartir las vivencias de esos personajes solitarios, obsesivos y hasta cierto punto tambien banales.

Existe otro tipo de silencio que es el de las montañas, los parques naturales, los lagos, un día de caza o de pesca, el de las decenas de kilómetros conduciendo sin toparse con un coche o una gasolinera en una carretera secundaria. Es el silencio que uno encuentra viendo Las aventuras de Jeremias Johnson, algunas fases de Brokeback Mountain o algunas road movies ya olvidadas como Paris Texas.

Por último existe el silencio de las conversaciones. Cuando uno dice algo abrupto, una expresión considerada innecesaria o que puede ser motivo de conflicto, una referencia a otras tierras, otro país, otras gentes, entonces también muchas veces se produce el silencio.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Dos almas

La pasada semana estuve en Nueva Orleans con motivo de un congreso académico. No tengo empacho en confesar que, cuando acudo a congresos, trato de pasar la menor cantidad de tiempo posible en las salas de reuniones de los hoteles una vez que he cumplido con mis obligaciones. Una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito nuevos sitios es tomar alguna buena línea de transporte público en superficie y hacerme el trayecto de ida y vuelta. Nueva Orleans tiene una línea de tranvía que es ideal para este propósito ya que te lleva del evocador pero algo cargante (se ha transformado en un parque jurásico por la fuerza del turismo) French Quarter a otras zonas menos transitadas pero también atractivas que te dan una idea más exacta de como vive la gente.

En concreto la línea Royal St. Charles termina en un barrio de casas coloniales de diversas influencias en medio de un paisaje selvático. Las hay típicas del sur con porche y columnas doricas a la entrada, victorianas, más afrancesadas, alguna italianizante, de estilo cape cod.., pero lo que más llama la atención es, dentro de la variedad, el inmenso respeto que todas ellas, sin distinción, manifiestan a seguir los cánones tradicionales arquitectónicos de los distintos estilos. Lo mismo sucede con las múltiples iglesias en su mayoría de estilo gótico de las distintas confesiones cristianas que, relucientes e impolutas como si se hubieran terminado de construir ayer mismo, se suceden a lo largo de la ruta. Si a ello le unimos que el viaje se realiza en un tranvía de época, con sillones de madera y de frenada algo más que brusca, uno podría sentir que se encuentra a finales del siglo XIX en una de las épocas doradas de la ciudad. Los únicos elementos que perturban este paisaje evocador sureño son los SUVs (Sport Utility Vehicles o 4 x 4 en la jerga española) y una gran cantidad de mujeres que hacen jogging embutidas en atuendo sexy de atleta futurista o que pasean con un café de la mano mientras sujetan al perro.

En medio de este panorama, no pude evitar pensar en la conferencia que Jorge (o George) Santayana, un americano nacido en Madrid, dio en Berkeley en 1911. En este discurso, titulado The genteel tradition in American philosophy (en George Santayana La filosofía en América [J. Alcoriza y A. Lastra, eds.], Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, pp. 123-157), Santayana se refiere a los dos almas del carácter americano y su relación con la arquitectura. El escritor español habla de “la voluntad americana que habita en un rascacielos” y de “el intelecto americano que habita en una mansión colonial”. En otras palabras, la psique americana estaría para Santayana escindida, por un lado, entre la herencia del calvinismo y la tradición europea y, por otro, en la búsqueda del éxito en los negocios, la industria y el deporte. Santayana diagnosticó que se impondría este segunda alma, algo que, en contra de lo que parecía, no ha pasado del todo. A menudo se nos olvida que los americanos no son sólo grandes empresarios o innovadores, sino que también poseen ese otro alma que les impulsa, entre otras cosas, a seguir viviendo en casas de época o a creer que la vida no se puede explicar sin recurrir a lo trascendente. Cuando uno se topa con esa idea tan de cartón piedra de lo que es ser moderno que ha sido tan común en las actitudes, el pensamiento y las formas de tantos que hemos habitado la piel de toro durante estas últimas décadas, se me ocurre que no estaría mal tener dos almas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Gracias

Después de quince años de conocimiento, una de las cosas que más sigue llamando la atención de mis padres acerca de Jennifer, mi mujer, es la cantidad de veces que dice la palabra gracias en la mesa. Por rellenarle la copa de vino, por echarle mas verdura en el plato, por cocinar tal o cual cosa. Aunque desde el principio mis padres se lo tomaron con cierta retranca, lo cierto es que ella no ha variado ni un ápice su costumbre de dar las gracias por cosas que aquí consideramos nimias.

Y es que tantas gracias o “excuse me” a los españoles nos resulta, por regla general, cuando menos cursi, empalagoso o innecesario. Sin embargo, la idea de crear un sentimiento de buena voluntad en nuestro acompañante o interlocutor está permanentemente presente en la vida americana. Resulta, por ejemplo, muy frecuente que la gente te desee que tengas un buen día cuando se despide de ti o que te manden un e-mail simplemente para darte las gracias por enviar un documento u ofrecer una información, algo que raramente me sucede cuando mi destinatario es español. No es ciertamente casualidad que el unico sitio en España donde escucho el “que tengas un buen dia”, que después de todo suena tan poco natural en nuestro idioma, sea cuando voy a Starbucks fruto con toda seguridad de una imposición de las politicas de servicio al cliente tan estandarizadas en Norteamérica.

Los españoles estamos ciertamente habituados a cierta rudeza en las relaciones personales, no en vano es una de las pocas lenguas donde al ser amado no se le dice te amo, sino un te quiero que en cierto modo evoca una relación de pertenencia. Sigo, no obstante, pensando que no dar tanto las gracias o pedir perdón tiene sus ventajas ya que el uso abundante de determinadas palabras acaba inevitablemente por borrar o erosionar su significado. Algo con lo que por supuesto no estaría demasiado de acuerdo Gary Vaynerchuk, fundador de winelibrary.com, que es el site de venta de vinos en internet más importante de Estados Unidos. En su libro The thank you economy, Vaynerchuk expone como uno de los secretos para tener éxito personal o profesional hoy día es la energía y el tiempo que invirtamos en dar las gracias a nuestros clientes, proveedores, empleados o amigos. Segun él, las compañías de éxito en el futuro serán aquellas percibidas por sus públicos como aquellas que más se hayan esforzado en hacer favores a sus clientes y en agradecerles su confianza. Para Vaynerchuk, el uso de internet y sobre todo de las redes sociales se antoja decisivo por su capacidad para desarrollar relaciones personales que en cierto modo retrotraen a como eran las relaciones que tenían las pequeñas tiendas de ciudad pequeña o barrio con sus clientes hasta más o menos los años 40. Otra forma de ver lo que dice Vaynerchuk, mas crítica, es que todos deberemos transformarnos en unos pelotas interesados para tener éxito, lo cual después de todo lleva siendo cierto en alguna medida desde que el mundo es mundo. Pero los americanos no lo ven así, ellos de verdad si que creen que good things happen to good people.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Pagar

El otro día me encontré a Jim, el jefe de publicidad de la cadena de radio local. La conversación transcurría por los cauces habituales, es decir, preguntándonos mutuamente y haciendo comentarios positivos acerca de nuestras respectivas progenies, hasta que derivó a uno de los temas candentes en Ellensburg: la construcción o no de una nueva Middle School para niños de 10 a 12 años que requeriría subir los impuestos alrededor de 200 dólares por familia y año mediante el pago del housing tax (un impuesto anual que se paga por ser propietario de una casa y que suele equivaler a un uno por ciento de su valor total). Se notaba que a Jim le irritaba el tema. Me dijo que había votado que no en el referéndum que se organizó a tal efecto y en el que resultó ganadora la opción de construir la nueva escuela pero no con la mayoría requerida de un 65 por ciento sino con un 57 por ciento. Jim me dijo que había votado que no, que el presupuesto, 29 millones de dólares, le parecía demasiado elevado y que el proyecto se podía llevar adelante porla mitad. Su vehemencia me chocó, máxime teniendo en cuenta que Jim tiene una hija que en dos años tendrá que ir a la Middle School y que la actual es un desastre. Si alguien tiene un interés personal en el proyecto, ese es Jim.

Siempre me ha parecido curiosa y peligrosa la relación que los españoles tenemos con el estado. Somos, en su mayoría, estatalistas no porque creamos en su imparcialidad y buen funcionamiento sino porque en el fondo el estado es de todos y la mayor parte de las veces de nadie. Nada nos gusta más que presumir de lo barato que es ir a la piscina en nuestro pueblo, de las clases de yoga “gratuitas” que ofrece el ayuntamiento o de los viajes subvencionados. Sin embargo, a la mínima nos escaqueamos cuando toca pagar impuestos. Tal y como digo en alguna parte de American Psique, poca gente he conocido a la que le guste menos pagar impuestos que al americano medio, sin embargo, a pesar de su reputada fama de antiestatalista, el ciudadano de este país cree en el alcance y la legitimidad de éste para resolver determinados problemas y, de hecho, siente que personalmente es responsable de una pequeña porción del mismo. Puede que estemos en desacuerdo con el escaso tamaño que le gusta atribuirle, pero hasta el republicano más descreído cree que las decisiones del estado están dotadas de legitimidad y van a misa.

Sólo así se explica que, con frecuencia, muchos americanos decidan dejar de recibir servicios del estado a cambio de pagar menos impuestos y que, cuando los diferentes estados toman decisiones presupuestarias duras en tiempos de crisis, como por ejemplo ha hecho el estado de Washington (hay que recordar que sólo el gobierno federal tiene la potestad para endeudarse según la constitución) al reducir los subsidios a las universidades públicas de un 70 a un 30 por ciento en un plazo de dos años, lo cual ha supuesto subir las matrículas a los estudiantes en un 30 por ciento y congelar los salarios de los profesores, las protestas han sido tímidas y en ningún caso ni los sindicatos de alumnos ni de profesores se hayan planteado ir a la huelga. Son este tipo de sucesos los que me hacen preguntarme si en España creemos de verdad en el rol del estado, como algo que nos pertenece y de lo que somos responsables, más que los americanos.

lunes, 31 de octubre de 2011

Americanos en París

El otro día estuve viendo Medianoche en París, la última película de Woody Allen. Tengo que decir que aunque, como tantos de mi generación, cuando tenía veintitantos idolatré a este cineasta neoyorquino, últimamente le había perdido un poco la pista. Ver sus cinco últimas películas, recuperadas en DVD un poco a destiempo, me confirmó en mis presunciones de que éstas, hechas deprisa y corriendo, apenas contienen nada nuevo que no fuera expresado con infinitamente más frescura 20 o 30 años atrás. Sin embargo, esta película venía precedida de mejores críticas y, sorprendentemente, de un cierto éxito de taquilla en Estados Unidos donde se ha proyectado incluso en pantallas de lo que se denomina small town America.

Medianoche volvió a decepcionarme más si cabe que estas otras películas porque mis expectativas eran mayores. Sin tomar una mínima distancia con el personaje protagonista, Allen se dedica, fotograma tras fotograma, a fotografiar París con descaro publicitario, un hecho que constrasta notablemente con la escasez de planos que dedicó, por ejemplo, a Barcelona en Vicky Cristina Barcelona. Sarkozy se sentirá sin duda satisfecho. Vuelven, como no, a aparecer esos personajes de la clase media alta norteamericana a los que Allen se siente tan cómodo criticando sus vidas aparentemente colmadas en lo profesional y lo material pero perpetuamente infelices. Todos ellos, incluido el propio director, tienen algo en común con el resto de los americanos que no pertenecen a este mundo: la idealización de Francia como el reverso de lo que representa América (y lo que le falta) en el mundo occidental. Las razones para ello son muchas: la aureola de sofisticación en las costumbres, de que París sigue siendo la capital mundial del arte aunque sólo sea por su pasado, de que Francia sigue siendo la cuna del lujo y del buen comer, del bon vivre, en suma. Todas ellas son percepciones que elevan a Francia a la enésima potencia en la mentalidad norteamericana con un resquicio de infantilismo. Francia, y París en concreto, no es un país para la psique norteamericana sino un estado mental. Cuando en los medios de comunicación se menciona la postura que adoptan otros países occidentales respecto a una decisión norteamericana primero se menciona a Francia, cuando se habla de las enfermedades cardiovasculares que afectan a los norteamericanos se cita the French paradox como ejemplo de lo contrario, cuando se elige a un foráneo para saber como América es o ha sido vista desde fuera se escoge una cita de Alexis de Tocqueville o de Bernard Henry-Levy, si se ha de preferir un acento extranjero se elige el francés, e incluso a una preparación tan cotidiana en el mundo como las patatas fritas se las llama French fries. Francia, junto a la Toscana italiana por razones distintas de las que hablaremos algún día, es el compendio perfecto, como diría Simon Anholt, el gurú del country branding, de país caliente y frío al mismo tiempo. Rico, cultivado, eficiente y con voz propia en los asuntos importantes por un lado; y, por otro, un país de ocio y voluptuoso. La versión americana de Francia se llamaría California, algo que Steve Jobs y otros entendieron perfectamente cuando empezaron a incluir en sus productos la frase designed in California.

lunes, 24 de octubre de 2011

Los pantalones cortos de Michael Jackson y la pasión

Mike Jackson es un profesor de física de mediana edad pero que podría perfectamente pasar por un veinteañero. No es solo su rostro imberbe y sus gafas de de empollón la causa de su perpetua apariencia juvenil sino su actitud hacia las cosas. Por ejemplo, su voz potente y su entusiasmo hacia las materias que enseña que le llevan de cuando en cuando a compartir su conocimiento en sesiones demostrativas con chavales de siete anos como mi hijo en las aulas de la universidad. También su vestimenta es acorde con este espíritu. No resulta raro ver a Jackson en las reuniones del senado de la facultad o en una mañana fría de otoño ir a clase en camiseta, pantalones cortos y zapatillas deportivas. Mike Jackson es una persona respetada en el campus y cuya opinión es recabada con frecuencia en reuniones a las que asisten presidentes, provost y otros top executives vestidos con traje y corbata.

También quería hablaros de Ricardo, un primo mío que acaba de encontrar trabajo como uno de los geniuses de Apple en una de sus nuevas tiendas en Madrid. Ricar sigue manteniendo la misma estética heavymetalera de hace 25 años: pelo largo, barba crecida, camisetas negras de Iron Maiden y pantalones estrechos. Desde que comenzó su periplo laboral como técnico de hardware siempre ha sido víctima propiciatoria de ciclos económicos o reestructuraciones misteriosas que le han llevado una inestabilidad laboral permanente. Recientemente, en la sima mas profunda de la recesión, ha logrado ser contratado por Apple tras un largo proceso de selección de 3 o 4 entrevistas (ahora no recuerdo) al que concurrían probablemente miles de candidatos. Me consta que poca gente en su círculo familiar, entre otra razones por la cuestión estética, daba un duro por el. Ricar, fiel a si mismo, ha ido a todas esas entrevistas sin variar un ápice su apariencia lo cual no ha impedido que los responsables del proceso, no se si es una casualidad que fueran un americano y un holandés, hayan considerado que reunía el perfil adecuado para trabajar de cara al público en uno de sus nuevos centros, un perfil que por lo que se de Ricar implica calidad humana, buenos conocimientos técnicos y una enorme pasión por toda la gama de productos de Apple y por estar a la última en todo lo que se refiere a tecnología.

No se por qué, se me ocurre pensar que gente como Mike Jackson o Ricardo lo habrían tenido mas complicado en el mundo corporativo (o educativo) español donde las barreras del clientelismo o la ausencia de meritocracia no son las únicas sino también una cierta obsesión por la apariencias externas que se les hace pasar canutas a mucha gente, por ejemplo a los becarios que tienen que pagarse una buena porción de los 300 o 400 euros que ganan al mes pagándose trajes y camisas de Zara aunque luego les tengan en la oficina metidos en un cubículo sin ver a nadie y obligados a comer de bocadillo todos los días.

Y es que en un mundo abocado irremediablemente a la informalidad, America sigue siendo la avanzadilla en cuanto a la combinación de dedicación en cuerpo y alma al trabajo y relajación en las formas. Por supuesto, lo saben. Una de las cosas que se enseña a los estudiantes de las escuelas de negocios en las clases de comunicación intercultural, en lo que se refiere a la vestimenta, es a esperar en cualquier cultura un nivel de formalidad externa mucho mayor que el habitual en Estados Unidos. Algo que no ha cambiado en el ultimo siglo cuando gente como Ramiro de Maeztu se referían tras su paso por la universidad americana a cómo los profesores alli vestían como obreros y encima se enorgullecían de ello.

A pesar de la cultura del “nurture of love”, la idea de que todos somos especiales sólo por el hecho de existir, que se lleva inculcando desde los años 70 a varias generaciones norteamericanas, lo cierto es que las organizaciones siguen pensando que lo importante no es quiénes somos (lo cual implica como vestimos) sino lo que somos capaces de hacer, una circunstancia que tiene mucho que ver con la idea de pasión. ¿En que consiste la pasión? ¿En mostrarse temperamental e irracional cuando una situación nos desborda como se ha dicho habitualmente? ¿O en disfrutar de lo que uno hace tanto que no podría pasar su vida hacienda otra cosa? Os invito a que vosotros mismos distingais que idea tenemos de este concepto carpetovetónicos y norteamericanos.

lunes, 17 de octubre de 2011

One of us

El idioma inglés tiene dos palabras de uso común que aluden directamente al significado de la voz española confianza. Confidence es la confianza que uno tiene en si mismo mientras que trust se refiere a la confianza que tenemos en los demás. Si en alguna ocasión he hablado de como el sistema educativo norteamericano se caracteriza fundamentalmente por insuflar una buena dosis de confidence a sus ciudadanos, no es menos cierto que América es la tierra en la que ganarse la confianza de los demás, ser one of us, más se valora.

Recientemente me sucedió una anécdota que creo que ilustra bien lo que quiero contaros. El otro día tenía la siempre difícil misión de elegir unas gafas, después de todo una gran responsabilidad ya que es una prenda de vestir que llevas en la cara todos los días durante varios años. Comencé la búsqueda yendo un par de sitios en el pueblo que no tenían exactamente lo que estaba buscando. Hasta aquí normal. Lo que no es tan frecuente, desde una perspectiva española, es que en ambas ópticas me informaran como si se tratara de la cosa más normal del mundo acerca de otros dos sitios, situados digamos en la periferia de Ellensburg, donde podría encontrar otros modelos. Yo no hice la pregunta sino que fue mi mujer, que es a quien siempre se le ocurre preguntar en una tienda por otras tiendas de la competencia donde puede encontrarse mercancía parecida. Inmediatamente me vino a la cabeza una situación similar que me sucedió unos años atrás en el pueblo de Rueda un día que estaba de cata de vinos en compañía de mi mujer, mi hermano y mi cuñada. En uno de los establecimientos se me ocurrió preguntarle a la vendedora por otras bodegas en el centro del pueblo que pudiéramos visitar y ella, por supuesto, no acertó a decirme ninguna sin pensar que parte del atractivo de ir a Rueda es que puedes visitar varias bodegas. A la salida, mi hermano y mi cuñada se rieron de mi ingenuidad al pensar que la muy avispada vendedora iba a darme la dirección de otros competidores.

Este tipo de hechos me hacen pensar que en España seguimos viendo el mundo desde un punto de vista restrictivo, como un juego de suma cero en el que el éxito ajeno en la venta de bienes y servicios o en la consecución de logros profesionales se percibe como detrimento nuestro. Cuando hacemos negocios, en lugar de tratar de ganarnos la confianza de los demás dando a nuestros clientes la mejor información y pensar que lo importante es seguir trabajando duro para ser mejores, tendemos a callarnos. ¿Os imagináis a un ejecutivo español haciendo algo parecido a lo que hacía un ejecutivo de Microsoft, Robert Scobble, en su blog en 2004 cuando decía que el navegador de Internet Explorer no era tan bueno como Firefox, su nuevo competidor entonces, o alabando al Notepad? En su tiempo también fue criticado por gente en Microsoft pero precisamente eso hizo que se convirtiera en una de las voces más escuchadas en la blogosfera.

Este es uno de los ejemplos que Chris Blogan y Julien Smith dan en su muy interesante libro llamado Trust agents, acerca de como las personas y las organizaciones puedan construir relaciones de confianza mediante el uso de Internet. Estados Unidos es el país internetero por excelencia no sólo debido a su superioridad tecnológica y su espíritu emprendedor sino al valor que se le da a la creación de confianza en las relaciones personales y en el mundo de los negocios. Podemos aprender mucho de ellos. En confianza.

lunes, 10 de octubre de 2011

El español (y III)

Pero quizás el factor más importante se refiere a la falta de prestigio de la que goza nuestra lengua y el desconocimiento de la cultura que en su globalidad pudiéramos llamar hispana en Estados Unidos. No me estoy refiriendo al desprestigio que he mencionado anteriormente, derivado del estatus socioeconómico de sus hablantes, sino a la falta de interés con que se enseña la lengua española en las universidades. Por supuesto no estoy hablando de los departamentos de español de las grandes universidades norteamericanas donde nuestro idioma ha gozado de reconocimiento desde hace muchas décadas en los estudios de posgrado, sino a un segundo nivel de universidades estatales y privadas donde entre los numerosos motivos que los estudiantes esgrimen para tomar cursos de español figuran el hecho de que si aprenden español no tendrán que empezar desde cero porque ya tomaron algunos cursos en high school o un cierto buenismo que identifica aprender español con tener un gesto de solidaridad con algunas de las capas más débiles de la sociedad. Es muy raro encontrarse un estudiante universitario de español en una universidad estatal que estudie nuestra lengua porque piense que hay una literatura, cine, arte, ciencia, una cultura en suma, que valga la pena. Esta circunstancia es relativamente fácil de percibir cuando se comparan las opiniones de los estudiantes de español con las de estudiantes de otras lenguas cómo el francés o incluso el ruso. En numerosas ocasiones el español se aprende de una manera mecánica, totalmente desgajado de la cultura de los países que lo hablan. Quizás sea, como ya advirtió Ramiro de Maeztu hace casi un siglo en su visita a Middlebury College, porque muchos de los profesores no son nativos de países hispanohablantes. En cualquier caso se echa de menos cierta pasión que estudiantes de otras lenguas más minoritarias sienten hacia sus lenguas y culturas de adopción.

Mucho me temo que el futuro del español en Estados Unidos dependa de eso. De la capacidad que tengamos no sólo los españoles sino el resto de hispanohablantes de promocionar y prestigiar la cultura expresada en español, pero sobre todo de generar ciencia y conocimiento en nuestra lengua. El Instituto Cervantes es útil pero al fin y al cabo una gota de agua en el oceano, sería incluso más deseable que hubiera grandes universidades en los países de habla hispana donde se produjera investigación de calidad o colegios, como ya existen liceos franceses o alemanes, donde pudiera recibirse enseñanza en español, algo que ni siquiera ocurre en ninguna de las grandes ciudades estadounidenses.

Un ejemplo representativo. Hace poco el célebre columnista del New york Times, Nicholas Kristoff, invitaba a la élite neoyorkina estadounidense a aprender español en lugar de mandarín “a pesar de no tener tanto prestigio” pero sí por razones de eficacia y practicidad. Os aseguro que la opinión de Kristoff no es excepcional.

lunes, 3 de octubre de 2011

El español (II)

Yo mismo soy testigo de primera mano de la timidez y falta de confianza que sienten mis alumnos hispanos de dirigirse a mi en español, algo que por otra parte muy raramente sucede. La primera lengua de un joven universitario estadounidense de origen hispano tiende a ser claramente el inglés por numerosas razones: la educación se recibe íntegramente en inglés, la mayoría de los medios de comunicación de calidad emiten en inglés y el inglés es la lengua de prestigio y de los negocios relevantes en una país donde el español se identifica como una lengua hablada mayoritariamente por las clases subalternas. Nuevamente, me estoy refiriendo naturalmente a Estados Unidos en su globalidad ya que en ciudades como Miami, Nueva York y Los Angeles hay escuelas bilingues y algún periódico en español de calidad pero son la excepción que confirma la regla.

Otro importante factor que hace dudar del futuro del español en este país se deriva del hecho de que no está ni mucho menos garantizado que los niveles de emigración desde Latinoamérica se vayan a mantener en los próximos años. La recesión económica, el despegue económico de algunos países sudamericanos y el endurecimiento de las condiciones de vida para los inmigrantes sin papeles hacen presagiar que la inmigración tenderá a ralentizarse en los próximos años. En medio de la recesión el semanario The Economist publicaba un artículo apuntando una nueva tendencia. El regreso de numerosos mexicanos que han perdido su empleo durante la crisis a su país de origen donde ya estarían enviando sus ahorros para empezar una nueva vida. Si a ello le unimos las crecientes dificultades de los inmigrantes ilegales para atravesar la frontera (mucho mayor que por ejemplo la que encuentran los inmigrantes africanos en las costas del sur de España), el panorama parece indicar que la inmigración procedente de Latinoamérica puede no solo ralentizarse sino decrecer en términos absolutos en los próximos años. El gobierno norteamericano probablemente ofrezca en el futuro mayores facilidades para instalarse a inmigrantes cualificados pero todo indica que la relativa laxitud inmigratoria en lo que respecta a los trabajadores ilegales mantenida durante el gobierno de Bush tiene los días contados. No hay que perder de vista que la contratación de inmigrantes ilegales o la escolarización de sus hijos está comenzando a ser duramente penada o prohibida en numerosos estados.

martes, 27 de septiembre de 2011

El español (I)

Existe un gran optimismo en España en lo que se refiere a la pujanza del español en Estados Unidos, país que parecería destinado a convertirse en el centro de gravedad de la cultura en español en el próximo siglo. Aunque algunas razones de peso permiten sostener esa argumentación, lo cierto es que hay numerosos factores que apuntan en la dirección contraria, es decir, hacia una paulatina decadencia de la importancia de la lengua española en este país. Me permito apuntar tres de ellos: los patrones de integración de los hispanos en la sociedad norteamericana, la disminución del flujo migratorio y, sobre todo, la falta de prestigio del español.
Ciertamente los datos demográficos parecen dar la razón a aquellas visiones mas optimistas acerca del futuro de nuestra lengua. Los últimos datos del censo de Estados Unidos indican que la cifra de hispanos es de 42,7 millones, un 14 por ciento de la población total, y que éstos constituyen la minoría de mas rápido crecimiento. Las predicciones apuntan a que si el ritmo de crecimiento de este segmento de la población se mantiene, los hispanos serán un 24 por ciento de la población en 2050.
Sin embargo, sería un error quedarse en las cifras ya que están basadas en tendencias que se mantendrían constantes a lo largo del tiempo, algo que parece que no va a producirse en el futuro por distintos motivos. Si bien es cierto que el número de hispanohablantes ha crecido en las últimas décadas a un ritmo exponencial –el numero de hispanos en 1990 era la mitad que en la actualidad– no es menos cierto que ello se ha debido a la relativamente reciente emigración masiva de latinoamericanos y, muy especialmente, mexicanos (un 40 por ciento de la población hispana de los Estados Unidos ha nacido en Latinoamérica).
Un dato a tener en cuenta es que el número de hispanos no se corresponde con el de hablantes del español que es de 31 millones de habitantes, un 25 por ciento menos que el total de la población de origen latino. Es relativamente sencillo comprobar la incomodidad y dificultad que sienten las segundas generaciones de hispanos al hablar un español que en la mayoría de las ocasiones han aprendido casi exclusivamente en casa y distan mucho de escribir correctamente. En el caso de la tercera generación, siguiendo la tradición integradora de otros grupos étnicos en Estados Unidos, el español se ha convertido en una reliquia del pasado. La excepción a esta tendencia podemos encontrarlas en aquellas zonas donde los hispanos forman una mayoría relativa como California o Texas, cuya población hispana supone aproximadamente la mitad de todo el país, convertidas en autenticas comunidades bilingües aunque bien es cierto que los segmentos más dinámicos de la misma tienden rápidamente a adoptar el inglés como primera lengua tanto en estas zonas como en el resto del país.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

'Stories'

Paseando por el campus de la universidad, observo que durante el verano se ha puesto en marcha una nueva campaña para reforzar el orgullo de pertenecer a Central Washington University entre los estudiantes. La campaña consiste en un conjunto de banderines distribuidos a lo largo del campus en el que una serie de antiguos alumnos de Central aparecen retratados en ropa de faena en el desempeño de su profesión. La campaña incluye entre otros a un entrenador de la NFL (Liga de Fútbol Americano), un astronauta, una investigadora o un piloto militar. Los banderines contienen la pregunta, What did you do today?, invitando a los universitarios a que se esfuercen en la persecución de sus metas (por supuesto con la ayuda de Central). Es, sin más, una forma de inspirarles para que cada uno de ellos construya la historia de sus vidas alrededor de una ocupación relevante.

Leo en el libro Storytelling de Christian Salmon que un estudio de Peter Brooks, un profesor universitario británico que ha enseñado en Estados Unidos bastantes años, había contabilizado hasta diez veces el uso de la palabra story por George W. Bush en uno de sus discursos durante su periodo de presidencia. Asimismo, George W. Bush no era recatado a la hora de presentar a los miembros de su equipo como gente cada uno de los cuáles “tiene su propia historia que es única, historias que cuentan realmente lo que América puede y debe ser”. Al mismo secretario de Estado, Colin Powell le presentó como “una gran historia americana”.

Y es que el americano “mata” por tener una historia que contar. Esta obsesión tiene a veces la ventaja de que les hace plantearse retos y desafíos de los que con frecuencia también se beneficia el resto de la humanidad. Creo que a todos nos vienen algunos ejemplos a la cabeza. Pero por supuesto, esto no siempre es así y los desafíos son meramente personales como el del antiguo compañero de clase de mi amiga Pamela que decidió recorrer a nado el Estrecho del Bósforo en Turquía sin ser un nadador especialmente dotado ni tener una conexión especial con este país. Posiblemente para este amigo, al que Pamela había reencontrado después de 25 años en una reunión de antiguos alumnos de high school, lo importante de este relato no era tanto el hecho en sí, después de todo poco más que una curiosidad, sino que constituía una relato capaz de dar sentido a su mundo durante algún tiempo en un contexto social que exige tener una historia vital que contar para tener éxito profesional o reconocimiento social.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Public diplomacy

Hace algunos meses asistí a la presentación que la responsable del Centro para Estudios en Español, un organismo dependiente de la embajada de España en Estados Unidos, realizó a un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos de mi universidad para explicarles las actividades del centro en la promoción del español. Cuando, en un momento determinado de la charla, la presentadora -sin duda una persona eficiente, simpática y preparada- se vió en la tesitura de explicar como era la vida en España con el fin de motivar a los estudiantes para alistarse como profesores de inglés en escuelas españolas, no dudó en recurrir a una retórica que cuando menos resulta discutible en boca de un diplomático. Por ejemplo, para ilustrar la buena calidad de la vida diaria en España se refirió a la todavía extendida costumbre de la siesta a mediodía después del trabajo, a la existencia de múltiples puentes en el calendario o a la costumbre del aperitivo (alcohol incluido) antes de comer. Sin ánimo de sermonear, falta de ética del trabajo e indolencia no parecen necesariamente las mejores cualidades que proyectar para un país que se pretende moderno en un entorno universitario. Esta experiencia me recordó lo mal que los españoles explicamos España a las audiencias extranjeras y que particularmente en Estados Unidos tenemos un problema serio de imagen.

Quizás valga la pena fijarse en lo que están haciendo los propios norteamericanos para mejorar su imagen en el exterior, un asunto particularmente importante en este país particularmente después del 11-S. Por razones obvias, en Estados Unidos no existe la necesidad de campañas para potenciar la imagen de sus empresas en el exterior como si existe en España. Sin embargo, si existe el concepto de public diplomacy en lo que se refiere a la proyección exterior de la imagen de los Estados Unidos. Este se basa en la creencia de que los norteamericanos de cualquier tipo y condición necesitan explicar al resto de los países cual es su visión del mundo y sus valores, acerca de los cuáles existe una clara unanimidad de que son la democracia, el individualismo y la libertad.

Puede discutirse si la diplomacia pública norteamericana, principalmente centrada en la acción del Departamento de Estado, ha fracasado durante los últimos años en explicar la realidad norteamericana al resto del mundo. Existen indicios de que ha sido así. Lo que no todo el mundo sabe es que se llevan años tomando las medidas correctoras para que ello no sea así en un futuro. La idea de que las empresas y los individuos norteamericanos tienen el deber y el privilegio de ser embajadores de su país lleva tiempo cobrando fuerza no sólo en círculos universitarios sino en la sociedad en su conjunto. El hecho de que la percepción que el resto del mundo tiene de Estados Unidos no debe forjarse únicamente desde las altas esferas de la diplomacia sino como un lobby ciudadano en el que todo individuo es un potencial portavoz de los valores que representa su país. A ello se refirió también el presidente Obama en su último viaje a Europa cuando dijo que America estaba cambiando.

Pero, en lo que se refiere a España, ¿tenemos los españoles un mensaje que transmitir? ¿Sabemos cuáles son nuestros valores?

viernes, 9 de septiembre de 2011

Confianza

Realizar un seguimiento de las ruedas de prensa de los jugadores durante el Open de Tenis de los Estados Unidos constituye una buena manera de apreciar las diferente manera de construir la confianza en uno mismo de los jugadores norteamericanos y los europeos o los latinoamericanos. Mientras que Nadal no ha tenido reparos en afirmar que de un tiempo a esta parte le falta confianza en sus golpes o Del Potro se ha permitido mencionar sus problemas físicos, nunca escucharemos a un solo tenista estadounidense mostrar signos verbales de flaqueza. Andy Roddick, el tenista bandera estadounidense hasta hace poco y en lento pero firme declive, ha insistido desde el principio en el buen momento de forma en que se encontraba y la confianza que siente en el torneo. Este es el caso de otros tenistas estadounidenses menores.

Para un americano mostrar confianza aunque no la sienta es un modo de adquirirla y proyectarla hacia los demás. Esta es una noción que se aprende desde edades tempranas hasta por los alumnos menos aventajados y que el resto del mundo ha imitado en buena parte mediante los libros de autoayuda. Fuera del mundo corporativo la vemos con peores ojos. Para terminar de decirlo todo, un factor que redime a los americanos en este aspecto es que no sólo se ensalzan a si mismos sino que son extraordinariamente generosos con los demás por lo que la excesiva confianza no se percibe como síntoma de arrogancia. Esta es probablemente la causa por la que el propio Nadal o David Ferrer, elogiados numerosas veces por el jugador americano, se deshacen en elogios hacia Roddick y destacan su nobleza.



martes, 6 de septiembre de 2011

Aeropuertos

Aunque es lugar común decir que todos los aeropuertos son iguales como ejemplo de la uniformización creada por la globalización, habría mucho que discutir acerca de ello. Uno sabe que está en América desde que pisa sus aeropuertos y accede al control de pasaportes. El olor a la moqueta, la humedad que se respira en muchos de ellos durante la temporada estival atravesando el finger y las sensaciones olfativas de los puestos de comida rápida son típicamente americanos. También lo son la enorme cantidad de personas con Smart Phones, portátiles y Kindles que utilizan los aeropuertos como oficinas móviles mientras ingieren un café o refresco en vaso de plástico. El trato carcelario que se dispensa a los recién llegados por parte de los vigilantes de seguridad y funcionarios de aduanas constituye también otro rasgo de identidad que al visitante provoca cierta irritación pero también, una vez pasado, otorga un mayor valor relativo a pisar suelo americano.

Mirando a las pantallas de cualquier aeropuerto medio americano uno se explica la insularidad que muchos norteamericanos sienten respecto al mundo. Uno ve los cientos de destinos en el mismo país conectados a sólo unas horas a pesar de la distancia donde la gente hace turismo, negocios y visita a la familia. También entiende que a pesar de ser el país más rico del mundo nadie eche de menos la existencia de trenes de alta velocidad, un asunto (el de recorrer grandes distancias entre ciudades en un corto espacio de tiempo) que ya resolvieron hace mucho gracias a una tupida red de aeropuertos que abarca hasta pueblos bastante remotos como el mío, Ellensburg.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Juan Cabrera, autor del blog 'Desde la perplejidad', da su opinión sobre American Psique

El periodista Juan Cabrera, autor del blog sobre libros Desde la Perplejidad, ha realizado una extensa crítica del libro American Psique (ed. LoQueNoExiste), publicada en su bitácora el pasado 29 de agosto.

Cabrera destaca que César García, autor de American Psique, evita los prejuicios habituales que los españoles tenemos acerca de los estados Unidos e "intenta ir más allá para darnos una visión diferente y más enriquecedora".

"César García captura la atmósfera (de origen religioso y de fuerte componente moral) que los americanos respiran, ese clima, invisible para mucha gente e incluso para los propios americanos, que facilita la confianza en el prójimo, la amabilidad y el buen trato en las relaciones, el asociacionismo, el respeto a la ley, a las reglas del juego y a las opiniones de los demás, y un civismo que se manifiesta en un cuidado exquisito de lo compartido. Ese clima, en fin, difícil de percibir por lo omnipresente que está, que engrasa las relaciones sociales y mantiene el extraordinario dinamismo de los americanos y su incombustible optimismo antropológico. Y lo hace mientras nos habla del universo micro de la universidad en que trabaja, de los ambientes de trabajo en que se desenvuelven sus conocidos o de las actividades que se organizan en su vecindario", destaca el periodista.

Podéis leer la crítica completa en el link que aparece debajo.
American Psique en Desde la Perplejidad.

¿Qué opináis vosotros sobre las diferencias entre estadounidenses y españoles? ¿Podemos aprender unos de otros?

lunes, 29 de agosto de 2011

Pero, ¿qué comen realmente los americanos?

Tratar de definir con un mínimo de precisión como se alimenta la gente en los Estados Unidos requeriría escribir un libro cuando menos voluminoso. En un país con un paisaje humano tan complejo las variaciones alimenticias, sin temor a exagerar, son casi infinitas. Sin embargo, y sin ánimo de agotar el tema, creo que no soy injusto al mencionar ciertas generalidades aplicables a una mayoría de norteamericanos:
Salvo en una élite cada vez más numerosa de la población (generalmente más próspera, urbana y educada) el consumo de comida rápida goza de gran predicamento y no acarrea ningún estigma social salvo en círculos muy elitistas.
Los americanos son, por regla general, carnívoros y de entre las carnes es la de pollo la que se consume con más asiduidad. El pollo se encuentra incluso a menudo en las cartas de restaurantes relativamente elegantes, algo inusual en España.
Una buena cantidad de americanos no consume pescado de ningún tipo con la excepción quizás del salmón o el halibut (fletán). Existe la expresión denigratoria de que algo sabe “fishy” cuando tiene sabor a pescado.
Los copiosos desayunos de pancakes, huevos revueltos y bacon suelen ser cosa del fin de semana. Los días de diario suele consumirse un tazón de cereales o alguna tipo de pan como tostadas o muffins.
Aunque el supermercado medio norteamericano suele estar muy bien provisto de ingredientes con frecuencia difíciles de encontrar en España, se echa de menos en muchos de ellos la existencia de puestos donde se prepare la carne o el pescado en el momento. Lo mismo sucede con los quesos y carnes curadas que suelen estar ya empaquetadas y suelen ser de escasa calidad. Por supuesto, pueden encontrarse las mejores carnes curadas y quesos del mundo en determinadas tiendas o supermercados pero su consumo es menos accesible y suele estar reservado a clases acomodadas. De todas maneras, al americano medio de ciudad pequeña no le conmueven ni el queso ni el salchichón de calidad sino un buen corte de carne de vaca pasado por el grill.
La preparación de caldos o fumets es siempre costosa debido a la dificultad de encontrar los ingredientes ya que la psique americana experimenta cierta aversion a todo lo que sea huesos, morralla o cabezas de crustáceos, es decir, justo aquello que aporta más sabor y sustancia a numerosos platos.
El americano urbanita tiene más cultura de cocina internacional o incluso de vinos del mundo que el español medio, para el cual el contacto con otras cocinas hasta hace bien poco ha estado restringido al chino del barrio y sólo bebe básicamente vino español.
Las cocinas de referencia entre los líderes de opinion suelen ser la francesa, la italiana y la china. Las más consumidas son éstas dos últimas de las que existen numerosas versiones en restaurantes de comida rápida o cadenas de comida semirápida.
En suma, aunque últimamente he leído y escuchado numerosas voces tratando de desmitificar la visión que de lo que comen los americanos se tiene en España, lo cierto es que, como en todos los estereotipos, algo hay de cierto.

martes, 23 de agosto de 2011

Comida (II)


Aunque matizar y derrocar mitos siempre está bien, lo cierto es que para una gran mayoría de los americanos la cultura de la comida no se ha visto afectada por el ideal de la comida sana. En realidad, la estética de las cadenas de comida rápida sigue moldeando el paisaje urbano de cualquier ciudad media norteamericana. Tampoco es una leyenda urbana que bastantes turistas americanos acudan a restaurantes de comida rápida durante sus estancias en las capitales europeas. Los europeos generalmente reaccionan de forma irritada ante lo que consideran un desprecio a la gastronomía autóctona. Con toda seguridad, si los propios americanos supieran que su comportamiento se considera por los nativos un acto descortés no lo harían o al menos no de forma evidente.

El americano medio no acude a estos lugares tanto por orgullo de marca sino porque, al carecer de gastronomía autóctona, la noción de orgullo gastronómico no existe en su país y les cuesta pensar que exista en otras latitudes. Tampoco les importa que tenga poco prestigio. Para los americanos el mundo es un inmenso supermercado del que eligen aquello que más se adecúe a sus deseos en un momento determinado tanto si se trata de una hamburguesa como de un trozo de pizza. Es, si se quiere, la cara oscura del libre pensamiento. Esta refutación popular de los ideales normativos sobre cualquier materia no solo afecta a la comida sino a cualquier otro bien y servicio ya que son los consumidores más desprejuiciados del mundo para bien y para mal. Por omisión, al igual que en el deporte, nos están diciendo que los ingenuos somos los europeos, para los cuáles ser nacionalistas en lo que se refiere a la comida se considera cargado de razón y, por tanto, socialmente aceptable.

martes, 16 de agosto de 2011

Comida (I)

La relación de los americanos con la comida es cuando menos curiosa y la prueba de que tampoco los americanos son perfectos. Probablemente en ningún país se editen tantas publicaciones o existan más canales de televisión que traten de cocina. Los libros y expertos de comida sana también proliferan por doquier. Sin embargo, la obesidad sigue siendo un problema acuciante (aunque aquí estamos empezando a experimentarlo en nuestras propias carnes y nunca mejor dicho) y amplias capas de la población carecen de una cultura básica en lo que se refiere al consumo de comida de calidad.

Los americanos supeditan el consumo de comida a valores fundamentales como la practicidad, la libertad individual y la administración de los propios recursos. En el país más rico del mundo sorprende que las escuelas carezcan de cocina propia y confíen los almuerzos a empresas de catering. Es una cuestión básicamente presupuestaria que, en el caso de las escuelas públicas, podría resolverse aumentando los impuestos del condado pero que provocaría una seria respuesta social. La consecuencia es que los niños deben acostumbrarse al sabor de los nuggets o pizza recalentados o a tomar almuerzos que generalmente consisten en un sandwich frío. Nadie rechista ya que los valores fundamentales mencionados se consideran parte del ethos americano.

martes, 9 de agosto de 2011

Family values

Aunque a muchos les pueda parecer mentira, los americanos son grandes valedores de la familia como institución. En este sentido la expresión family values, tener “valores familiares”, se oye a menudo para definir a aquellas personas que sienten un particular apego por su familia nuclear, es decir, su cónyuge y sus hijos. Tiene un matiz conservador que la emparenta con la derecha religiosa pero también es utilizada por muchos otros tipos de personas. Cuando pregunto a mis estudiantes acerca de cuáles son los valores que ellos creen como genuinamente norteamericanos, suelen citarla a menudo en los primeros puestos de su lista.

Sin embargo, para la psique americana la familia no representa exactamente lo mismo que para otras culturas del mundo. Irse a vivir a 4.ooo kilómetros de distancia porque se ha recibido una oferta laboral interesante o para estudiar en una universidad determinada no se entiende exactamente como valores familiares por muchos españoles. Ser buen padre o buen hijo en América es, sin embargo, apoyarse unos a otros en la consecución de las metas vitales aunque eso implique pasar muy poco tiempo juntos. Este es un sentimiento mutuo que abarca padres e hijos. No es infrecuente el caso de padres que, cuando se han jubilado, eligen vivir a distancia de los hijos. Algunos de ellos, los individualistas baby boomers, se marchan a vivir a lugares a varias horas de vuelo de sus hijos porque ese es el sitio donde siempre quisieron pasar sus últimos años. En Norteamérica, paradójicamente quizás, tener valores familiares implica justificar a los seres más queridos cuando deciden vivir a distancia para intentar cumplir sus sueños.

martes, 2 de agosto de 2011

Cristiano (II)

La comunicación de las distintas iglesias cristianas es sumamente sofisticada. Las distintas parroquias poseen bases de datos detalladas con las cualificaciones y disponibilidad de cada feligrés, tienen su web propia, editan su propia revista o newsletter y suelen contratar a profesionales del fundraising (captación de fondos para entidades no lucrativas) con un compromiso por la causa. No sólo las iglesias mayoritarias sino también las paraiglesias (habitualmente fundadas por un único líder carismático) poseen sus propios canales de televisión y emisoras de radio.

En algunas megaiglesias, consideradas aquellas capaces de albergar más de dos mil parroquianos en un sólo templo y con parkings similares a los de los centros comerciales, existen Starbucks y pantallas de televisión para seguir las misas en el caso de que falte sitio dentro de la iglesia.

Mientras tanto, hay que decir que las vocaciones religiosas cada vez son menores. No es infrecuente que cada vez más padres o pastores provengan de países en vías de desarrollo que se están constituyendo en una auténtica reserva espiritual. Esta situación crea a veces una curiosa inversión de las jerarquías. Por ejemplo, entre una audiencia blanca y acomodada que aparca sus 4 x 4 las mañanas de los domingos y un pastor de tez oscura (que puede provenir de México, Filipinas o algún país africano) que pronuncia la misa con un fuerte acento.

viernes, 29 de julio de 2011

Cristiano (I)

Algunos apuntes más sobre la religión, un ámbito clave en la psique americana, antes de seguir con otros temas.

En América la palabra cristiano tiene un matiz especial y suele escucharse con frecuencia. Cuando alguien dice “I am a Christian” probablemente está diciendo que pertenece a una de las muchas confesiones cristianas que existen en el país pero no a la católica (los católicos se dicen católicos y basta). La palabra cristiano implica un mayor grado de compromiso, un papel de la religión en la vida y visión del mundo de estas personas al que estamos acostumbrados aquí. Implica quizás bendecir la mesa antes de cada comida, realizar donaciones significativas a una iglesia, escuchar rock cristiano o asistir a grupos de estudio bíblicos en la parroquia. Una serie de acciones que también el catolicismo americano tiene más en común con el resto de los cristianos en este país que con los católicos europeos.

También hay excepciones, naturalmente. A veces la palabra cristiano puede tener un matiz denigratorio en el caso de aquellos que se consideran más progresistas y que ven en los cristianos una suerte de fanáticos reaccionarios que se oponen al aborto o al matrimonio homosexual. En todo caso en América este tipo de consideraciones peyorativas suelen generalmente realizarse en privado y nunca desde la tribuna de un partido politico o un medio de comunicación mainstream.

martes, 26 de julio de 2011

Iglesias

Sigamos con Dios y la religión. Unas palabras sobre la iglesia, cuyos caminos en Norteamérica no conducen necesariamente a Roma y son más bien plurales. Los templos cristianos norteamericanos, a pesar de su arquitectura casi siempre tradicionalista aunque sean de nuevo cuño, no tienen la connotación un tanto arcaizante que han adquirido en la vida española. En realidad son los centros neurálgicos de muchas pequeñas y medianas ciudades aunque de una manera muy diferente a la España de hace 50 o 60 años.
Si muchos españoles de una generación determinada creyeron y dejaron de creer sin apenas preguntarse por qué, una mayoría de los americanos creyentes (que son el 90 por ciento) tiene bastante claro que una buena gestión estatal es incapaz de dar respuesta a sus necesidades espirituales. Hay un elemento de pragmatismo en esta perspectiva, sin duda, como corresponde a la psique americana. Un elemento que, sin embargo, puede transformar a estas organizaciones en eficaces focos de activismo y solidaridad sin parangón en las sociedades modernas.
Un ejemplo que viví de cerca recientemente. Hace poco la policía de inmigración efectuó en Ellensburg una redada en la que detuvo a varios inmigrantes mexicanos sin documentación acusados de traficar con drogas y pasaportes falsos. En numerosos casos, ello supuso que muchos de los padres fueran deportados y niños menores abandonados a su suerte. La respuesta más contundente corrió exclusivamente a cargo de las parroquias católica y metodista del pueblo en las que se celebraron reuniones bastante multitudinarias de los habitantes del pueblo sólo unas horas después de la operación policial. En esas reuniones se acordó diligentemente quién se hacía cargo de qué y de quienes. Me pareció una lección ejemplar de eficacia y espiritualidad.

jueves, 21 de julio de 2011

Dios

Hace poco, pasando el fin de semana en la Sierra de Gredos, mi amigo Juan me hablaba del caso de una lectora de su blog de crítica de libros (http://www.desdelaperplejidad.com) que le había confesado, no sin cierto pudor, que la razón por la que le interesaba un nuevo libro del filósofo alemán Jurgen Habermas sobre religión es que era catequista. Una verguenza y un estigma muy comunes en España donde el racionalismo agnóstico, nueva seña de europeidad en las últimas tres décadas, se presupone en cualquier persona con dos dedos de frente.

En contraste, la psique americana es la única psique del mundo occidental capaz de reconciliar dos imposibles: la creencia en Dios y la modernidad. No deja de resultar paradójico que sea el país de la ciencia y la tecnología aquel más religioso del mundo occidental. En Ellensburg forma parte de la vida cotidiana que los cristianos baptistas rezen en público en cualquier de los parques de la ciudad, que al entrar en el comedor de Central Washington University en algunas mesas ocupadas por jóvenes estudiantes se bendiga la mesa e incluso encontrarse full professors de ciencia económica o literatura inglesa asistiendo a un servicio dominical con toda su familia. Todo ello a poco más de una hora en coche de Seattle, sede de Microsoft y Amazon.com, y una de las ciudades más high-tech del mundo.

martes, 19 de julio de 2011

Temperamento

Edward Sapir y Benjamin Whorf crearon la teoría del determinismo linguistico de acuerdo a la cual nuestra mente se modela de acuerdo al lenguaje que hablamos y al significado de las palabras que se asigna en una determinada cultura. Años más tarde matizarían las conclusiones de su teoría que pasaría a llamarse del relativismo linguistico según la cual el individuo podría cambiar su manera de pensar si, por ejemplo, aprendía otro idioma o vivía en otra cultura.

En cualquier caso, como he pretendido poner de manifiesto en American psique, hay que prestar atención al significado de las palabras para entender otras culturas. Uno de los ejemplos que más me llaman la atención es el uso que la psique americana hace de la palabra temperamento o temper. La expresión “to have temper” no equivaldría a la española “tener temperamento” o “tener carácter”, es de hecho una expresión condenatoria empleada para referirse a aquellas personas incapaces de controlar sus impulsos en público, aquellos individuos excesivamente irascibles o sanguineos. Qué diferente de la expresión española tener carácter o temperamento, la cual incluso considera que un punto de mala leche contiene un rasgo de grandeza. Me vienen por ejemplo a la cabeza los numerosos incidentes de personalidades como Fernando Fernán-Gómez o Francisco Umbral con periodistas, los cuáles, si cabe, aumentaban su leyenda a la luz pública.

En cambio, aquel individuo incapaz de dominar sus impulsos carece de futuro en cualquier faceta de la vida pública americana. El antídoto es siempre el mismo, cultivar el sentido del humor en cualquier comparecencia pública por muy inauténtico que nos pueda parecer.

jueves, 14 de julio de 2011

Dólares

El otro día mi hijo, que tiene 7 años, invitó a uno de sus amigos a jugar en casa. Antes de irse, le regaló un billete de un dólar con la efigie de George Washington, lo cual al chaval le hizo una gran ilusión. A su padre le sorprendió que para cantidades tan pequeñas, actualmente un dólar viene equivaliendo a 70 céntimos de euro, se siguiera utilizando papel. No le faltaba razón, de hecho yo mismo experimento a menudo una mezcla de placer y repugnancia al tener en la mano las dollar bills mugrientas por el uso pero que al mismo tiempo simbolizan tan bien lo que es el dinero y el poder. Son no sólo sucias, sino como mínimo poco prácticas ya que están con frecuencia dobladas y suelen causar numerosos problemas para ser aceptadas cuando son utilizadas en la máquinas expendedoras de billetes de transporte público o snacks.

Pero es que nos equivocamos si pensamos que la peseta o el euro eran o son como el dólar. No son meros valores de cambio. El diseño del dólar no ha cambiado ni probablemente cambiará durante muchas décadas. El dólar no es sólo una moneda sino un símbolo de la libertad como la bandera de las barras y estrellas o el himno americano. Los americanos son conscientes de ello. Representa la continuidad de la mejor y más próspera democracia del mundo. Por eso, en el país que ha hecho de la asepsia una forma de vida, aunque cada vez valga menos y su aspecto sea a menudo mugriento, nadie discute que haya reemplazar los billetes de un dólar por el más limpio y reluciente metal.

lunes, 11 de julio de 2011

Diversidad

La palabra diversidad figuraría en el top ten de los vocablos más importantes de la vida pública norteamericana. Políticos, creadores y ciudadanos de a pie utilizan esta palabra con asiduidad y reverencia. El concepto de diversidad ha alcanzado un status tan importante como el de democracia. Frente a la visión siempre brutal de la sociedad estadounidense que tratan de ofrecernos los reportajes periodísticos y otros productos audiovisuales en lo que se refiere a las relaciones raciales en este país, lo cierto es que pocos americanos se oponen a abrazar la diversidad (una idea hasta cierto punto imprecisa de que cuanto más variado sea el origen [no solo étnico sino de todo tipo] de los individuos que componen una sociedad ésta dará lo mejor de si misma) como un valor intrínseco de la sociedad americana.

La mejor prueba de diversidad la encontramos en las universidades norteamericanas donde la cantidad de estudiantes calificados como minorities no tiene parangón. En su libro Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, Frédéric Martel ofrece algunas cifras. En Estados Unidos hay 3,3 millones de estudiantes hispanos, 1,3 millones de estudiantes asiáticos y 573.000 procedentes del resto de países del mundo (llamados internacionales). Lo mismo sucede entre el profesorado ya que, no importa como de remota y pequeña sea la universidad, la variedad de orígenes étnicos de los profesores es impresionante. De hecho, una de las conclusiones que uno saca leyendo el libro de Martel es que el dinamismo y la creatividad de la sociedad norteamericana, que a pesar de la multipolaridad de las industrias culturales seguirá siendo la cultura franca en el resto del planeta a lo largo del siglo XXI, es su capacidad de asumir y sintetizar la enorme diversidad de sus habitantes.

martes, 5 de julio de 2011

Sanfermines

El 7 de Julio está a la vuelta de esquina. Invariablemente son los Sanfermines, junto a la tomatina de Buñol probablemente, los escasos momentos en que España tiene algún tipo de protagonismo en los periódicos e informativos televisivos norteamericanos. Es casi un ritual. Si ambos eventos hubieran sido concebidos por una oficina de relaciones públicas no habrían salido mejor. De hecho su notoriedad fue obra de Hemingway, que en muchos aspectos pudo considerarse un publicista. Tienen todo aquello que concita la atención de los norteamericanos: derroche físico, apariencia de autenticidad, el favor cuantitativo de las masas y plasticidad en las imágenes. Lo de menos es que sean tradiciones de relativo cuño realzadas por la pluma de un escritor. Santa Claus no sería lo mismo sin el impulso de Coca-Cola del mismo modo que el bacon en el desayuno no sería considerado clásico sin la perspicacia del mejor publicista de todos los tiempos, Edward Bernays.

Mientras tanto, los españoles, conscientes de que en la era de la economía de la atención estas imágenes y titulares tienen un valor incalculable, cultivamos de forma entusiasta la imagen que los productores y editores norteamericanos nos han asignado. Nos convertimos en el espejo de su deseo aunque sólo sea por un par de días al año.